Por: Jesús Brilanti
Tendremos que navegar a la deriva para despertar al día siguiente y mirar, que el cauce del río ha inundado la aleación entre mi karma y la sensibilidad.
Tendremos que volar por entre los rayos del sol para dormir a la noche siguiente, y soñar que las raíces de mi pasado han menguado el desdoblamiento de las almas y los orgasmos.
Caminando llegaremos a recoger las holladuras de los anónimos, allá en aquel lugar donde el humo penetraba en los anaqueles de mi tórax; allá donde la brisa emborrachaba la razón y las risas ondulaban por debajo del líquido seminal.
Los laberintos de aquel paraje mostraban ansiedad y manifestaban con llanto su deseo de ser cuestionados por algún mortal, pero los seres humanos se habían hastiado de la muerte cual topaban por las callejuelas de los laberintos, ahora la muerte ha muerto y las entradas clausuradas, la memoria perdida, dilapidada allá en los collados del vapor y este perdido y encontrado en las lágrimas del ateo.
Lloremos entonces las ausencias, las ausencias de las divinidades, la omisión de los esplendorosos, la de los arcángeles y el no estar más aquí de esos labios vaginales.
Lloremos por las contracciones cerebrales que abofeteaban las veladoras en los altares, y que propagaban la esperanza de que el Juicio Final alimentara mortalmente nuestra incredibilidad.
Tendremos que encontrar las cadenas que dejaron los elfos escondidas entre la arena del camino, el sendero que podría perderse en el tenue andar de un viejo trozo de pared arcaica.
Tendremos que naufragar en las montañas de la vaciedad para percatarnos que del otro lado del sol se ocultan las penumbras verdaderas.
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