miércoles, 13 de octubre de 2010

Versión imprimible, Calmecac número 26, mes de Octubre de 2010

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Instrucciones de Impresión y armado
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Revista imprimible Calmecac número 26, mes de Octubre de 2010
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Contribuyentes editoriales: Alejandro García Miranda, Joel Eduardo Rico Vallejo

Diseño y Dirección: Joel Eduardo Rico Vallejo

Escritores: Alejandro García Miranda (Salamanca, Gto.), David Flores (Chihuahua, Chih.), David Arrieta González, Cecilia Castro Gutiérrez (D.F.), Joel Rico Castillo, Héctor Hernández Alfaro, Angélica Olmedo Vidaurrazaga (Guanajuato, Gto.), Luis Fernando Martínez Padrón.

Editorial

¡Saquen los gabanes y los edredones señores! Que ya huele a mandarina por todos los rincones. Este friecito de octubre me hace pensar en Guanajuato como de costumbre; el famoso cervantino, su cultura y consumo de alcohol tan fino. Ya me saboreo el dulce, los alfeñiques y el pan de muerto, eso de las pastorelas es puro cuento; yo sólo espero las posadas y mi aguinaldo aunque no me gusta el bombón, prefiero los cacahuates, ya ves que la piñata tiene de a montón.

A que mi Hernán, ¿cómo se te ocurrió llegar cual superman?, aunque en este mes no creo que te celebren, pues hay otras fiestas que los mexicanos como agua se beben; a ti no te hicieron festejo pentacentenario hace dieciocho años, mucho menos nos lo metieron a la cabeza con engaños.

¡Si, me seguiré quejando y quejando a diario… aún me falta hablar del centenario!

Crónica de un reportero angustiado

Alf García

REC.

No he dormido bien durante casi tres semanas. La dura realidad golpea en mi cansina mente y corrompe mi nula imagen. Todos parecen estar bien, nadie le preocupa el hoy, el aquí y mucho menos el futuro o el clásico dentro de un rato. Todos son uno solo, a pesar de lo diferente de sus ropas, a pesar de ser hombres y mujeres, nadie se escapa de la intensa mano que lo cubre todo y que nos atosiga, nos muestra el camino verdadero y el más fácil. Soledad sí, sólo respiro soledad en mi pequeño pastito interior.

No puedo creer lo que veo y me pongo cual estatua frente a palomas, indefenso, y seguro que harán algo de mí. Quiero encontrar el silencio en medio de la actividad matutina, rozar la verdad con mis ojos, tocar con mis manos el sentido de esta vida.

Divagué bastante, pero me encontré a mitad de la masa de micrófonos y cámaras, todas posadas sobre un hombre como yo, no tiene nada extraordinario, es simple y sencillamente un hombre. Mientras se armaban preguntas previas a grabar, y, algunas personas escupían por la boca navajas, yo estaba solo en medio de aquel mundo nuevo. La pluma sería mi arma, la grabadora mi escudo. Pero ambas armas, no me fueron entregadas por mi rey, yo tuve que ir con un herrero de aquel mundo, quien me dio su apoyo y me tendió su experiencia como mi as bajo la manga. Es decir, yo tuve que comprar mi grabadora y mis plumas, con una libretita de forma francesa.

No estaba atento a lo que sucedía. Las plumas empezaron a moverse, los focos rojos de las cámaras y los cronómetros de las grabadoras. Aquellos movimientos me indicaron que seguramente ese hombre ordinario, hablaba con la elocuencia y el poder de su lado. Más yo no entendía palabra alguna. Mi cuerpo sufría las consecuencias, me pisaron, me hicieron cargar dos o tres grabadoras, me empujaron, traspasaron una y otra vez mi espacio personal y finalmente recibí miradas y sonrisas dudosas, provocando incertidumbres en mis ojos.

Una vez terminado aquel evento, melancólicamente me senté cerca del quiosco, en el jardín mas alejado de la ciudad. Frente a mí, estaba un árbol que me brindaba una sombra exacta, lo miré tan detenidamente que nadie parecía importarme. Sin buscarlo y sin pensarlo, regresaron aquellas turbias imágenes que llenaron de angustia mi corazón.

Recé, ya que soy creyente de un Dios, le pedí con fuerzas un alivio pronto, con mis ojos posados en las nubes, esperando que asomase por en medio de ellas y me brindara una sonrisa. Pero la sonrisa que recibí fue de una niña que pasó cuando acabé mis plegarias. Ella iba de la mano de su madre, volteó y me brindó esa sonrisa. Fue directa, sencilla y algo en mí entendió que la señal que buscaba arriba, me la habían concedido. Digan lo que quieran, ustedes también buscan señales en el cielo.

Saqué luego de la mochila una pluma y libreta, dibuje trazos sin importancia. Líneas, círculos, estrellas, cuadrados. Negros, azules, rojos. Nadie me veía, sólo estaba Dios allá arriba, lejos, entre las nubes y la sonrisa de la niña.

Pasó un largo tiempo, tanto que ya empezaron a salir los chicos de la escuela, y entre ellos una pareja de jóvenes estrechando sus manos. Me remonté a esos años, cuando yo era un holgazán, mis ideas eran las de un macho y mis temores eran muchos. Ya no quiero seguir divagando. Antes de marcharme, eché otro vistazo al cielo, pregunté de nuevo sobre el sentido de la vida; mas seguramente mi respuesta sigue en proceso.

Si seré idiota, todas mis divagaciones están grabándose. Si el silencio se escuchara o si pudiera verse y tocarse, creo que dirían mucho más de lo que estoy pensando.

STOP.

David Flores

¿Qué te parece si desde la mañana hasta la noche
jugamos carreras en el coche?,
¿Qué te parece si desde el almuerzo hasta la cena,
escondemos el cinto en la alacena?,
¿Qué te parece si en cuanto despertemos
jugamos a hacernos el amor hasta que nos cansemos?,
¿Qué te parece si yo en el cuarto y tu en la cocina
jugamos a ver quien grita más fuerte que una bocina?,
¿Qué te parece si jugamos a que éramos amantes,
disfrazados?, tú de enfermera y yo de tu ayudante,
¿Qué te parece si jugamos a la casita?,
y todo el día nos estamos haciendo cosquillitas,
¿Qué e te parece si yo me escondo y tu me buscas?
y cuando me encuentres te digo mil veces cuánto me gustas,
¿Qué e te parece si te acaricio la espalda?
o si me dejas meter mi mano bajo tu falda,
¿Qué e te parece si te despeino el alma?,
y juntos los dos nos perdemos en el alba,
¿Qué e te parece si me voy de tu lado?,
y estando lejos sufro por ser un tarado,
¿Qué e te parece si te ahogo a besos?,
y luego te resucito con todos los excesos,
¿Qué e te parece si te hago el amor en la noche?,
y amanecemos cansados en el porche,
¿Qué e te parece si escondemos el alma?,
y jugamos desnudos hasta encontrarla,
¿Qué e te parece si me dices que me amas?,
y yo te prometo ¡que me tendrás atrapado en tus alas!

La Campanita

Por Lechuga

Había una vez una campanita muy fina, de un hermoso cristal cortado y con un moñito de oro en el gollete. Por la mañana, con su dulce tañido pedía el desayuno, y por la tarde anunciaba la hora del té. Era con su mágica transparencia, que descomponía la luz del Sol en destellos de arcoíris, el centro de atención.

-Soy la alegría del hogar –empezó a ufanarse–. Para cualquier servicio que desee, con mi orden basta para que lo traigan.

-Cada una hemos sido creadas con diferentes cualidades, y la que no tiene alguna, la tiene otra, amiga –le dijo una máquina de escribir, que se encontraba arrumbada en un rincón–. Siempre va a haber alguna mejor que otra –continuó–; el no comprenderlo les ha traído, a muchas, funestas consecuencias… Hace mucho solía ocuparme de escribir de esas y tantas otras cosas, pero llegó la computadora y… ¡mírame!, me desplazó definitivamente. Ahora bien, mejor bájale a tu orgullo, o podría llevarte a perder tu estirada cabeza.

- ¿Acaso me tienes envidia por mi posición? Mejor busca alguien más a quién asustar, pues a mí no me importa tu opinión –respondió la campanita, y le dio la espalda.

Pero un día llegó hasta ella el sonido de la gran campana de bronce de la torre sagrada, que con su grave y solemne omnipresencia acallaba a todos y los volvía contemplativos. Esto despertó su envidia, por lo que exclamó encorajinada:

-Yo soy más bonita que toda una colección de campanas, y también le puedo ganar a cualquiera en sonoridad.

A la siguiente vez que la escuchó, quiso entonces superarla: tocó, tocó y siguió tocando, desenfrenadamente azotando su diamantino badajo con demasiada celeridad y tan fuerte, como intenso era su capricho de sonar cada vez más alto, hasta que pronto terminó hecha pedacitos…