Alf García
REC.
No he dormido bien durante casi tres semanas. La dura realidad golpea en mi cansina mente y corrompe mi nula imagen. Todos parecen estar bien, nadie le preocupa el hoy, el aquí y mucho menos el futuro o el clásico dentro de un rato. Todos son uno solo, a pesar de lo diferente de sus ropas, a pesar de ser hombres y mujeres, nadie se escapa de la intensa mano que lo cubre todo y que nos atosiga, nos muestra el camino verdadero y el más fácil. Soledad… sí, sólo respiro soledad en mi pequeño pastito interior.
No puedo creer lo que veo y me pongo cual estatua frente a palomas, indefenso, y seguro que harán algo de mí. Quiero encontrar el silencio en medio de la actividad matutina, rozar la verdad con mis ojos, tocar con mis manos el sentido de esta vida.
Divagué bastante, pero me encontré a mitad de la masa de micrófonos y cámaras, todas posadas sobre un hombre como yo, no tiene nada extraordinario, es simple y sencillamente un hombre. Mientras se armaban preguntas previas a grabar, y, algunas personas escupían por la boca navajas, yo estaba solo en medio de aquel mundo nuevo. La pluma sería mi arma, la grabadora mi escudo. Pero ambas armas, no me fueron entregadas por mi rey, yo tuve que ir con un herrero de aquel mundo, quien me dio su apoyo y me tendió su experiencia como mi as bajo la manga. Es decir, yo tuve que comprar mi grabadora y mis plumas, con una libretita de forma francesa.
No estaba atento a lo que sucedía. Las plumas empezaron a moverse, los focos rojos de las cámaras y los cronómetros de las grabadoras. Aquellos movimientos me indicaron que seguramente ese hombre ordinario, hablaba con la elocuencia y el poder de su lado. Más yo no entendía palabra alguna. Mi cuerpo sufría las consecuencias, me pisaron, me hicieron cargar dos o tres grabadoras, me empujaron, traspasaron una y otra vez mi espacio personal y finalmente recibí miradas y sonrisas dudosas, provocando incertidumbres en mis ojos.
Una vez terminado aquel evento, melancólicamente me senté cerca del quiosco, en el jardín mas alejado de la ciudad. Frente a mí, estaba un árbol que me brindaba una sombra exacta, lo miré tan detenidamente que nadie parecía importarme. Sin buscarlo y sin pensarlo, regresaron aquellas turbias imágenes que llenaron de angustia mi corazón.
Recé, ya que soy creyente de un Dios, le pedí con fuerzas un alivio pronto, con mis ojos posados en las nubes, esperando que asomase por en medio de ellas y me brindara una sonrisa. Pero la sonrisa que recibí fue de una niña que pasó cuando acabé mis plegarias. Ella iba de la mano de su madre, volteó y me brindó esa sonrisa. Fue directa, sencilla y algo en mí entendió que la señal que buscaba arriba, me la habían concedido. Digan lo que quieran, ustedes también buscan señales en el cielo.
Saqué luego de la mochila una pluma y libreta, dibuje trazos sin importancia. Líneas, círculos, estrellas, cuadrados. Negros, azules, rojos. Nadie me veía, sólo estaba Dios allá arriba, lejos, entre las nubes y la sonrisa de la niña.
Pasó un largo tiempo, tanto que ya empezaron a salir los chicos de la escuela, y entre ellos una pareja de jóvenes estrechando sus manos. Me remonté a esos años, cuando yo era un holgazán, mis ideas eran las de un macho y mis temores eran muchos. Ya no quiero seguir divagando. Antes de marcharme, eché otro vistazo al cielo, pregunté de nuevo sobre el sentido de la vida; mas seguramente mi respuesta sigue en proceso.
Si seré idiota, todas mis divagaciones están grabándose. Si el silencio se escuchara o si pudiera verse y tocarse, creo que dirían mucho más de lo que estoy pensando.
STOP.
woooow.. la verdad me encanto, te quedo de lujo, muchisimas felicidades, y ahora despues de leer esto tengo mucho que pensar.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
att. Michelle C.