Por Lechuga
Había una vez una campanita muy fina, de un hermoso cristal cortado y con un moñito de oro en el gollete. Por la mañana, con su dulce tañido pedía el desayuno, y por la tarde anunciaba la hora del té. Era con su mágica transparencia, que descomponía la luz del Sol en destellos de arcoíris, el centro de atención.
-Soy la alegría del hogar –empezó a ufanarse–. Para cualquier servicio que desee, con mi orden basta para que lo traigan.
-Cada una hemos sido creadas con diferentes cualidades, y la que no tiene alguna, la tiene otra, amiga –le dijo una máquina de escribir, que se encontraba arrumbada en un rincón–. Siempre va a haber alguna mejor que otra –continuó–; el no comprenderlo les ha traído, a muchas, funestas consecuencias… Hace mucho solía ocuparme de escribir de esas y tantas otras cosas, pero llegó la computadora y… ¡mírame!, me desplazó definitivamente. Ahora bien, mejor bájale a tu orgullo, o podría llevarte a perder tu estirada cabeza.
- ¿Acaso me tienes envidia por mi posición? Mejor busca alguien más a quién asustar, pues a mí no me importa tu opinión –respondió la campanita, y le dio la espalda.
Pero un día llegó hasta ella el sonido de la gran campana de bronce de la torre sagrada, que con su grave y solemne omnipresencia acallaba a todos y los volvía contemplativos. Esto despertó su envidia, por lo que exclamó encorajinada:
-Yo soy más bonita que toda una colección de campanas, y también le puedo ganar a cualquiera en sonoridad.
A la siguiente vez que la escuchó, quiso entonces superarla: tocó, tocó y siguió tocando, desenfrenadamente azotando su diamantino badajo con demasiada celeridad y tan fuerte, como intenso era su capricho de sonar cada vez más alto, hasta que pronto terminó hecha pedacitos…
jajaja Moraleja... Si eres una campana no te jodas a ti misma :D.. me alegro el dia, thanks
ResponderEliminar. Buenas vibras