Por: Jesús Brilanti T.
Apenas un par de minutos de haberse despertado, no supo exactamente a qué hora se había quedado dormido la noche anterior, pues en realidad llegó el momento en el cual creyó no dormiría nada esa noche, después de todo al día siguiente todo cambiaría en su existir, era el momento más feliz de su vida, y por fin hoy había llegado.
Se frotó el rostro con ambas manos, bostezó y se estiró lo más que pudo aún entre las sábanas de su vieja cama, aquella cama que le había acompañado desde niño y que ahora arropaba al hombre más feliz de la Tierra. Se volvió hacia el lado derecho y en el buró estaba el conejito rosa de felpa que Andrea le había obsequiado cuando recién empezó su noviazgo. En aquel instante a él le había parecido un obsequio totalmente ridículo, ¿quién le obsequiaba un conejo rosa a un hombre? y peor aún si se trataba de un hombre educado bajo un yugo machista; sin embargo, él, Raimundo, fue cambiando muchas cosas de su vida, cosas las cuales jamás imaginó cambiar, pero que él mismo había sido testigo de esa metamorfosis.
Andrea había llegado a la vida de Raimundo sin previo aviso, simplemente así como así, un día en la fiesta de cumpleaños de Iván, el mejor amigo de Raimundo, llegó ella, y desde que entró por aquella puerta a él le causó un fuerte impacto ahí dentro, junto al pecho o al hipotálamo, como sea. Iván los presentó, salieron un par de meses como amigos, paso seguido, Ray le pidió a ella que fuera su novia, ella encantada aceptó, al día siguiente ella llegó con un conejo rosa entre los brazos y se lo obsequió, el mismo conejo que siempre ha estado junto a su cama, en el buró.
Después de aquel día no cesaron de amarse casi hasta perder la razón, y por fin, después de un par de años habían decidido unir sus vidas en matrimonio, y ese día había llegado hoy.
Raimundo se incorporó de la cama, lanzó un suspiro, abrió el closet que estaba lleno de conejos rosas de peluche de varios tamaños y formas, dejó escapar una sonrisa, Andrea no había dejado de regalarle cada que podía uno de ellos y él ya había perdido la cuenta de cuántos conejos tenía en su poder, al grado de que el día que su madre vino a pasar las vacaciones a su departamento comenzó a llorar al creer que su único hijo varón era gay. Por fortuna esa misma noche llegó Andrea con un obsequio rosa para Ray y ella misma le explicó a la señora todo lo que le había regalado con tanto cariño a su futuro esposo; y este guardaba todo detalle que Andrea le regalaba, tarjetas con rojos corazones, cartas de amor selladas con lápiz labial, rosas, chocolates, etc.
Sábado 18 de Noviembre, hoy era el gran día, hizo a un lado los peluches y sacó una caja, adentro estaba el vestido de novia, a ambos les gustaban las cosas no tan comunes y habían planeado que su boda fuese diferente. Colocó el vestido de novia sobre su cama después de haberlo olido y besado. Se dio un baño, desayunó un par de huevos, se puso aquel traje gris, el mismo con el cual se había casado su padre, se peinó, tomó el vestido y salió del departamento, en el estacionamiento ya estaba listo su automóvil, ayer en la tarde le había pedido a Efraín el portero que lo lavara y al parecer lo había hecho bastante bien. Se hacía tarde, Raimundo miró el reloj y tenía que pasar por Andrea, salió rápidamente y aceleró lo bastante.
Un par de horas más tarde y Ray estaba entrando a la vieja iglesia cargando a Andrea entre sus brazos, apretándola entre su pecho, lucía tan bella, vestida toda de blanco, era el hombre más feliz del mundo y ese instante ya nadie se lo podía arrebatar. En la iglesia no había nadie presente, pero a Raimundo no le importó, de cualquier manera sabia que ni la familia de ella, ni la de él estaban de acuerdo con aquella unión. Pero se podían ir todos al carajo, era la vida y decisión de ellos y de nadie más.
Después de que Raimundo colocó la sortija en su mano con un intenso beso juró estar al lado de Andrea en la felicidad, en la tristeza, en la salud y enfermedad para siempre. Salieron de la iglesia, él la introdujo en el coche, llegaron al edificio donde él vivía, la llevaba entre sus brazos y mientras subía las escaleras la observaba y veía toda la belleza que ella emanaba, Ray no podía creerlo, era demasiada dicha, sus ojos se empañaron de lágrimas, y estas caían sobre las manos de Andrea quien lo veía fijamente sin parpadear. Entraron al apartamento, él la llevó hasta la alcoba, la depositó suavemente sobre la cama, los ojos de ella seguían clavados en Raimundo, él la amaba como un demente, y había pasado tantas noches pensando en este instante, se quitó el saco y aventó la corbata lo más lejos que pudo, la desvistió delicadamente pero con cierta prontitud, le quitó el vestido blanco que él mismo había comprado en una prestigiada tienda departamental; cuando ambos quedaron totalmente desnudos él comenzó a ungir su cuerpo con besos y caricias, lamió su entrepierna, besó sus pies, hurgó entre su cabello hasta que llegó a su cuello, susurró a su oído y poco después la penetró hasta que se vino dentro de ella, se desplomó sobre el cuerpo de Andrea, abatido pero inmerso aún en un éxtasis profundo e incesante; pasaron unos minutos y logró una vez más la erección, volvió a poseerla hasta desplomarse una vez más, mordía los labios de ella, introducía su lengua en su boca tan adentro como le era posible. Al volver a recobrarse le hizo otra vez el amor, y otra más, hasta que ya fatigado se quedó dormido a su lado, abrazando a Andrea fuertemente, como queriéndole decir que no se fuera nunca de su lado pues si fuese así él moriría. Raimundo ahí, dormido como un niño repleto de dicha y felicidad, abrazando al ser que amaba.
De pronto, de varias patadas tiraron la puerta, los policías abruptamente entraron mientras se tapaban la nariz con un pañuelo, apestaba asquerosamente horrible, con sus armas apuntaban en todas direcciones, llegaron hasta la recámara de Raimundo, la abrieron y ahí estaba él, aún dormía, terminó tan cansado que ni siquiera escuchó el alboroto. Los policías no lo podían creer, ahí, en aquella cama un hombre desnudo dormía abrazando a un cadáver ya en estado de descomposición, al parecer una mujer, la hediondez calaba hasta lo más profundo del alma, mientras el asco se conjugaba con el horror al ver como cientos de blanquecinos gusanos reptaban por entre las sábanas manchadas por líquidos amarillentos, los gritos de una histérica vecina de Ray sacó a los oficiales de su trance y a Raimundo de su sueño: -¡Se los dije, es él, yo lo vi llegar hace unas horas abrazando a un cadáver vestido de novia, es él, es él!-
El juez después de revisar el caso de Raimundo, de percatarse que Andrea su novia había resultado muerta en un choque automovilístico al ir totalmente ebria con su amante y que aquel sábado 18 de noviembre contraería nupcias con Ray, quien jamás la había podido olvidar, aquel día de la fecha ya fijada, él fue por ella al panteón donde había sido sepultada y por una muy buena suma de dinero el enterrador le había ayudado a Raimundo a sacar a su amada de su tumba, por todo ello lo dictaminó mentalmente insano y fue recluido en un hospital psiquiátrico.
Una habitación pintada de blanco, y un hombre ataviado firmemente por una hostil camisa de fuerza, cierra sus ojos y recuerda el aroma aquel que despedía la boca de su amada el día que por vez primera le hizo el amor.
Se frotó el rostro con ambas manos, bostezó y se estiró lo más que pudo aún entre las sábanas de su vieja cama, aquella cama que le había acompañado desde niño y que ahora arropaba al hombre más feliz de la Tierra. Se volvió hacia el lado derecho y en el buró estaba el conejito rosa de felpa que Andrea le había obsequiado cuando recién empezó su noviazgo. En aquel instante a él le había parecido un obsequio totalmente ridículo, ¿quién le obsequiaba un conejo rosa a un hombre? y peor aún si se trataba de un hombre educado bajo un yugo machista; sin embargo, él, Raimundo, fue cambiando muchas cosas de su vida, cosas las cuales jamás imaginó cambiar, pero que él mismo había sido testigo de esa metamorfosis.
Andrea había llegado a la vida de Raimundo sin previo aviso, simplemente así como así, un día en la fiesta de cumpleaños de Iván, el mejor amigo de Raimundo, llegó ella, y desde que entró por aquella puerta a él le causó un fuerte impacto ahí dentro, junto al pecho o al hipotálamo, como sea. Iván los presentó, salieron un par de meses como amigos, paso seguido, Ray le pidió a ella que fuera su novia, ella encantada aceptó, al día siguiente ella llegó con un conejo rosa entre los brazos y se lo obsequió, el mismo conejo que siempre ha estado junto a su cama, en el buró.
Después de aquel día no cesaron de amarse casi hasta perder la razón, y por fin, después de un par de años habían decidido unir sus vidas en matrimonio, y ese día había llegado hoy.
Raimundo se incorporó de la cama, lanzó un suspiro, abrió el closet que estaba lleno de conejos rosas de peluche de varios tamaños y formas, dejó escapar una sonrisa, Andrea no había dejado de regalarle cada que podía uno de ellos y él ya había perdido la cuenta de cuántos conejos tenía en su poder, al grado de que el día que su madre vino a pasar las vacaciones a su departamento comenzó a llorar al creer que su único hijo varón era gay. Por fortuna esa misma noche llegó Andrea con un obsequio rosa para Ray y ella misma le explicó a la señora todo lo que le había regalado con tanto cariño a su futuro esposo; y este guardaba todo detalle que Andrea le regalaba, tarjetas con rojos corazones, cartas de amor selladas con lápiz labial, rosas, chocolates, etc.
Sábado 18 de Noviembre, hoy era el gran día, hizo a un lado los peluches y sacó una caja, adentro estaba el vestido de novia, a ambos les gustaban las cosas no tan comunes y habían planeado que su boda fuese diferente. Colocó el vestido de novia sobre su cama después de haberlo olido y besado. Se dio un baño, desayunó un par de huevos, se puso aquel traje gris, el mismo con el cual se había casado su padre, se peinó, tomó el vestido y salió del departamento, en el estacionamiento ya estaba listo su automóvil, ayer en la tarde le había pedido a Efraín el portero que lo lavara y al parecer lo había hecho bastante bien. Se hacía tarde, Raimundo miró el reloj y tenía que pasar por Andrea, salió rápidamente y aceleró lo bastante.
Un par de horas más tarde y Ray estaba entrando a la vieja iglesia cargando a Andrea entre sus brazos, apretándola entre su pecho, lucía tan bella, vestida toda de blanco, era el hombre más feliz del mundo y ese instante ya nadie se lo podía arrebatar. En la iglesia no había nadie presente, pero a Raimundo no le importó, de cualquier manera sabia que ni la familia de ella, ni la de él estaban de acuerdo con aquella unión. Pero se podían ir todos al carajo, era la vida y decisión de ellos y de nadie más.
Después de que Raimundo colocó la sortija en su mano con un intenso beso juró estar al lado de Andrea en la felicidad, en la tristeza, en la salud y enfermedad para siempre. Salieron de la iglesia, él la introdujo en el coche, llegaron al edificio donde él vivía, la llevaba entre sus brazos y mientras subía las escaleras la observaba y veía toda la belleza que ella emanaba, Ray no podía creerlo, era demasiada dicha, sus ojos se empañaron de lágrimas, y estas caían sobre las manos de Andrea quien lo veía fijamente sin parpadear. Entraron al apartamento, él la llevó hasta la alcoba, la depositó suavemente sobre la cama, los ojos de ella seguían clavados en Raimundo, él la amaba como un demente, y había pasado tantas noches pensando en este instante, se quitó el saco y aventó la corbata lo más lejos que pudo, la desvistió delicadamente pero con cierta prontitud, le quitó el vestido blanco que él mismo había comprado en una prestigiada tienda departamental; cuando ambos quedaron totalmente desnudos él comenzó a ungir su cuerpo con besos y caricias, lamió su entrepierna, besó sus pies, hurgó entre su cabello hasta que llegó a su cuello, susurró a su oído y poco después la penetró hasta que se vino dentro de ella, se desplomó sobre el cuerpo de Andrea, abatido pero inmerso aún en un éxtasis profundo e incesante; pasaron unos minutos y logró una vez más la erección, volvió a poseerla hasta desplomarse una vez más, mordía los labios de ella, introducía su lengua en su boca tan adentro como le era posible. Al volver a recobrarse le hizo otra vez el amor, y otra más, hasta que ya fatigado se quedó dormido a su lado, abrazando a Andrea fuertemente, como queriéndole decir que no se fuera nunca de su lado pues si fuese así él moriría. Raimundo ahí, dormido como un niño repleto de dicha y felicidad, abrazando al ser que amaba.
De pronto, de varias patadas tiraron la puerta, los policías abruptamente entraron mientras se tapaban la nariz con un pañuelo, apestaba asquerosamente horrible, con sus armas apuntaban en todas direcciones, llegaron hasta la recámara de Raimundo, la abrieron y ahí estaba él, aún dormía, terminó tan cansado que ni siquiera escuchó el alboroto. Los policías no lo podían creer, ahí, en aquella cama un hombre desnudo dormía abrazando a un cadáver ya en estado de descomposición, al parecer una mujer, la hediondez calaba hasta lo más profundo del alma, mientras el asco se conjugaba con el horror al ver como cientos de blanquecinos gusanos reptaban por entre las sábanas manchadas por líquidos amarillentos, los gritos de una histérica vecina de Ray sacó a los oficiales de su trance y a Raimundo de su sueño: -¡Se los dije, es él, yo lo vi llegar hace unas horas abrazando a un cadáver vestido de novia, es él, es él!-
El juez después de revisar el caso de Raimundo, de percatarse que Andrea su novia había resultado muerta en un choque automovilístico al ir totalmente ebria con su amante y que aquel sábado 18 de noviembre contraería nupcias con Ray, quien jamás la había podido olvidar, aquel día de la fecha ya fijada, él fue por ella al panteón donde había sido sepultada y por una muy buena suma de dinero el enterrador le había ayudado a Raimundo a sacar a su amada de su tumba, por todo ello lo dictaminó mentalmente insano y fue recluido en un hospital psiquiátrico.
Una habitación pintada de blanco, y un hombre ataviado firmemente por una hostil camisa de fuerza, cierra sus ojos y recuerda el aroma aquel que despedía la boca de su amada el día que por vez primera le hizo el amor.
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