Por: Alex García
Estaba parado frente a la mirada de Hannia, sus ojos quedaron abiertos, más su boca no pronunció ninguna palabra. Quedó ahí, tirada en medio de la carretera, quedó ahí, mientras la muchedumbre (morbosa y con sed de sangre) se arremolinaba entorno a mí y a ella. Quedó, sin alma, sin nada. En realidad, ya no era Hannia, sólo era su cuerpo.
Mi mente se desconectó de inmediato. La impresión causó mi llegada al hospital muerto del miedo, por ver el contacto con aquel auto, con infinidad de golpes, sin fuerzas y por un momento pensé, que al terminar el mar de doctores (los cuales me preguntaban cosas absurdas), volvería a ver a Hannia, recostada en su cama. Como durmiendo.
Fue mi culpa. Salí temprano ese día, no tenía intenciones de hacer algo extraordinario, en realidad, era domingo y cuando eres recién casado el tiempo se detiene. Aún el juego del amor está a flor de piel. Los problemas vienen con el tiempo y con los hijos.
Bueno, al menos eso es lo que la gente dice, no sólo ella, Veronika decide morir, es otro ejemplo, ese libro recuerdo bien que ella me lo regaló en nuestro primer aniversario de novios. Incluso, llegué a plastificar las pastas del libro.
Esa vez, yo le regalé el disco de moda y unas flores, rosas rojas, las favoritas de ella. Estaba feliz, tan sólo por que estaba con ella y no me importaba nada más. Fuimos de esas parejas extrañas donde ambos conocíamos muy bien al otro.
“Amigo, afortunadamente luego de hacerle unos análisis meticulosos, usted no presenta traumas graves”. Dijo un doctor con voz señorial. Las palabras sonaban una y otra vez en mi cabeza. Pero yo, no necesitaba saber nada de mí, yo sabía como estaba. Pero, ¿Hannia? ¿Dónde estaba?
Más no pronuncié palabra alguna. Yo sabía que no estaba en ese hospital. Lo comprobé cuando mi madre y los padres de Hannia entraron a verme, llorando amargamente. Desgarrando con cada una de sus lágrimas, mis pocas fuerzas de seguir con vida. Más no pronuncié palabra. Simplemente, lloré.
Lloré, por aquellas tardes de verano, en las que no estaré disfrutando con ella la caída del sol. Por esos niños que jamás tuvimos. Lloré, por las noches de amor que no tendré con ella, por las charlas diarias al regresar del trabajo. Lloré, mientras imaginaba las vacaciones en la playa, viendo correr a los niños hacia el mar. Lloré, por la maldita tarde, por ese maldito auto que me arrebató un futuro hermoso, con la mujer más perfecta que pude encontrar.
Por ese ser humano maravilloso, por ese futuro que nos arrancaron, por esas palabras que pronunció al final… Por ese “te amo”, que jamás volveré a escuchar nuevamente de sus labios.
Más por la noche, en medio de mis sueños, escuché su voz y esa risa exquisita. Miraba su silueta que se acercaba cada vez más. De pronto sus ojos verdes, su cabello lacio y dorado y su cara se formaban delante de mí. Un frío me invadió el pecho, más no sentí miedo. Estaba con Hannia.
“No hay nada más que hacer señora, al desconectar el aparato, su hijo morirá. Por la noche tuvo un coágulo interno y su cerebro sufrió un daño irreversible. Lo siento mucho señora”.
Mi mente se desconectó de inmediato. La impresión causó mi llegada al hospital muerto del miedo, por ver el contacto con aquel auto, con infinidad de golpes, sin fuerzas y por un momento pensé, que al terminar el mar de doctores (los cuales me preguntaban cosas absurdas), volvería a ver a Hannia, recostada en su cama. Como durmiendo.
Fue mi culpa. Salí temprano ese día, no tenía intenciones de hacer algo extraordinario, en realidad, era domingo y cuando eres recién casado el tiempo se detiene. Aún el juego del amor está a flor de piel. Los problemas vienen con el tiempo y con los hijos.
Bueno, al menos eso es lo que la gente dice, no sólo ella, Veronika decide morir, es otro ejemplo, ese libro recuerdo bien que ella me lo regaló en nuestro primer aniversario de novios. Incluso, llegué a plastificar las pastas del libro.
Esa vez, yo le regalé el disco de moda y unas flores, rosas rojas, las favoritas de ella. Estaba feliz, tan sólo por que estaba con ella y no me importaba nada más. Fuimos de esas parejas extrañas donde ambos conocíamos muy bien al otro.
“Amigo, afortunadamente luego de hacerle unos análisis meticulosos, usted no presenta traumas graves”. Dijo un doctor con voz señorial. Las palabras sonaban una y otra vez en mi cabeza. Pero yo, no necesitaba saber nada de mí, yo sabía como estaba. Pero, ¿Hannia? ¿Dónde estaba?
Más no pronuncié palabra alguna. Yo sabía que no estaba en ese hospital. Lo comprobé cuando mi madre y los padres de Hannia entraron a verme, llorando amargamente. Desgarrando con cada una de sus lágrimas, mis pocas fuerzas de seguir con vida. Más no pronuncié palabra. Simplemente, lloré.
Lloré, por aquellas tardes de verano, en las que no estaré disfrutando con ella la caída del sol. Por esos niños que jamás tuvimos. Lloré, por las noches de amor que no tendré con ella, por las charlas diarias al regresar del trabajo. Lloré, mientras imaginaba las vacaciones en la playa, viendo correr a los niños hacia el mar. Lloré, por la maldita tarde, por ese maldito auto que me arrebató un futuro hermoso, con la mujer más perfecta que pude encontrar.
Por ese ser humano maravilloso, por ese futuro que nos arrancaron, por esas palabras que pronunció al final… Por ese “te amo”, que jamás volveré a escuchar nuevamente de sus labios.
Más por la noche, en medio de mis sueños, escuché su voz y esa risa exquisita. Miraba su silueta que se acercaba cada vez más. De pronto sus ojos verdes, su cabello lacio y dorado y su cara se formaban delante de mí. Un frío me invadió el pecho, más no sentí miedo. Estaba con Hannia.
“No hay nada más que hacer señora, al desconectar el aparato, su hijo morirá. Por la noche tuvo un coágulo interno y su cerebro sufrió un daño irreversible. Lo siento mucho señora”.
Me gusto :)
ResponderEliminarSaludos