Un excelente amigo, de claro juicio y sensato, me comentó un día: “Mentira cuando dicen que la ociosidad es la madre de todos los vicios, la procrastinación Adrián, esa es la verdadera matrona fatídica de nuestros días”. De momento, pues finalizaba el último bocado de la comida, no acerté a responder, ya que no se me había interrogado; pero tampoco estuve dispuesto a comentarla. ¿La razón? El lector no ignora que lo último deseado al finalizar una comida es pensar. Que líen el tabaco o las señoras hablen hasta cuando la primera mosca se pose en los restos de comida, pero pensar No.
Ya en mi casa y regando mi bella amapola, atraje a mí la sentencia ajena, y creyendo que la Procrastinación fuera insurrecta y destronara a la Ociosidad, el resultado difícilmente cambiaría. Como si creyéramos que el padre destinara al hijo. Ambas eso sí, son escandalosamente peligrosas.
Aprovecho el párrafo para platicarle la primera vez que escuché la palabra, a mi gusto cacofónica pero dotada de una rudeza implícita. Justo salía de clases, cuando recordé tener una cita que de antemano esperaba rugosa, me senté al sol en el bello ex-convento arquitectura de la facultad, descansaba. La reunión sucedería en unos veinte minutos, pero de algún modo -a pesar de tardar ese tiempo en el traslado-, tuve la sensación de poder descansar y aún así llegar. Un compañero camino al dichoso lugar me gritó: “Pinche Procrastinador” y se rió tan fuerte que no lo escuché, pero supe por la posición de los gestos la intensidad del ruido y también supe nada. Sin embargo, nadie me engañaba: el suceso estaba teñido de sutil insulto.
El diccionario me dijo placenteramente su significado. Un goce -como de predicción cumplida – me tomó: ¡Era lo que el autor de mis días me inculcó por repetición!: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy” ¡Vaya!: procrastinar. Permítame repetirla: procrastinar. La palabra estudiándola detenidamente se merece un elogio y de cacofonía bastante poco, es mas, la situaría en las pocas eufonícas existentes, ya le digo porqué. Se me figura a aquella usada para definir la tierra donde gobiernan los ricos (cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia): plutocracia. Existe una serie de palabras con significado inserto, donde el nombramiento pienso yo, es tarea para el observador; pues no importa si abstracto o concreto, sólo hay que mirar cómo el objeto evapora las letras que habrán de ser articuladas para invocarlo. Viene a mi mente los diálogos de Platón, en específico el de Crátilo donde Sócrates discute con Hermógenes un dilema de raíz profunda: si el nombramiento de las cosas es por arbitrariedad (convención) o se da en forma natural. Evidentemente si aquél trío no dilucidó cabalmente la cuestión, mucho menos yo. Simple: pienso en la suerte de palabras -por poner un ejemplo, las mencionadas – pertenecientes a esas que Crátilo defendía con ahínco, éste comenta: “El que conoce los nombres conoce también las cosas”.
Dejémoslo.
Procrastinar acorde a la Real Inteligencia Colectiva de la Wikipedia “es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que uno debe atender, por otras situaciones más irrelevantes y/o agradables.”
La estaca de la indecisión se clava y postergamos, dilatamos con miles de excusas, con miles de aparatos electrónicos: la televisión y el Internet por ejemplificar. Para los perfeccionistas, puede llegar el pensamiento de prolongar hasta estar seguro, hasta sentirse preparado, hasta que quede memorable, sin llegar este momento, y dentro de sí, estar satisfecho por “hacer las cosas bien o mejor no hacerlas”.
Destaca también el derrochador de suficiencia, que al sentirse confiado pospone hasta estar en la fecha límite, y, trabajando bajo presión dos cosas: o bien finaliza exitosamente - corroborando así su auto-confianza- pero menguado por la máquina puesta al máximo; o no lo termina. No dejemos de lado el perfil opuesto al anterior: el inseguro. La tarea se le presenta como una montaña rocosa difícil de escalar. Igual que al perfeccionista, pero sin el sentimiento de aquél, el inseguro vacila en comenzar pues no se sabe capaz de terminar. Uno más: el lúdico. Éste ve en la tarea a realizar un aburrimiento viscoso y prefiere el momento en que mágicamente o por su estado de humor, sea transformado a algo motivador y únicamente así, llevarla acabo; puede que suceda y nuevamente dos cosas: o termina o no.
La procrastinación es un mal maldito. Corroe los proyectos y las metas. Pudre los sueños. Pero es un buen ciudadano, no discrimina: estudiantes, ejecutivos, amas de casa, profesionistas, etcétera listan su séquito. Es posible ser procrastinador eventual o crónico. Identifíquese. Necesariamente debo mencionar dada la certeza, que patologías como la ansiedad, frustración, depresión son en ocasiones su motor. Estoy convencido y concuerdo con estudiosos cuando comentan ser el estrés la pista inicial del problema. Agregaría también, que no sólo funge como disparo inicial, sino también como camino y listón de llegada. Y el estrés mata, invariablemente.
Organicemos nuestro tiempo y fortalezcamos nuestra capacidad volitiva. Planeemos como niños en el parque, para planear como adultos nuestro plan de vida. Esto hágalo pocas ocasiones. Enfóquese sobretodo -si me permite la sugerencia- en el ahora. Al pasado y futuro bórrele algunas letras. Es importante la planificación, pero es mucho más importante la concordancia de nuestro espíritu y su armonía: pensamiento, palabra, acto.
Son muchas las formas, ritos o formulas para evitarla, algunas las he mencionado y otras pueden ser inferidas. De momento disculpe lector es todo, tengo que procrastinar, no he recibido mi dosis.
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