Jesús Brilanti T.
Némesis han sido mis propias sombras,
Asfixia entre mis persecuciones y tus ausencias
Yo Demonio y tu ser de Luz, ¿qué podía yo esperar?
¿Salvarme de la demencia o perderme en la narcosis
del dolor infinito y latente?
Te esperé, aguardé bajo la lluvia, dentro de la espesa noche,
¿dónde estabas tú? ¿Desde dónde fue que escuchaste mi aullidos?
Tal vez estarías en los brazos ajenos, en los labios del prójimo
O entre las sábanas de mi enemigo quien disfruta tu destello.
¡Maldita sea la hora en que te incrustaste entre mi epidermis!
Este Demonio no pudo ver que te hace daño mi oscuridad,
mi necrofagia, mi autoflagelación, mi destreza para odiar y,
para olvidarme de la gangrena que ha causado tu mirada
en lo que queda de mi pecho; ¡qué estúpido demonio!
se ha enfermado del alma, por culpa de los cerdos,
se ha enmarañado en lo que los infames llaman
el mal del los impíos, y lo sé
porque no he dejado de mirar la cicatriz en mi rostro,
de admirarle, de desearle lejos, de imaginarme esbozando mi cura.
El Abismo puede que obture sus entrañas
para impedirme el paso, pero, ahora, ¿qué más da?
Injurioso tormento, tortuoso lamento.
¡Gime infierno, ladra…!
¿Por qué permitiste yo saliera de tu aposento?
¿Para tan solo conocerla y destruir la última pieza
no podrida que restaba de mi espíritu?
La cicatriz en mi rostro escupe tu rastro,
la putrefacción de mi alma te pertenece hoy y mañana.
Ahora sólo permanezco aquí, en esta corriente intangible
e imparable que ha producido mi aliento, mi odio,
mis lágrimas, la sangre de mis heridas y el recuerdo
de esa mujer quien absorbió mi culpa y mi último sustento.
Allá, en el horizonte…. ¡Mirad!
¡Las poderosas luces de mi venganza se asoman
para desprender tu memoria de la mía!
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