miércoles, 15 de abril de 2009

Jack y suertudo

Por: ALF García

Durante ocho años todas las noches el mismo gato paseaba soberbio por el frente de la casa. Jack, el perro guardián, se hartaba se sus burlas, lamentos y juegos. Tan sólo quiero una oportunidad de vengarme de ese mísero y embustero, se decía Jack el perro. Una noche de Octubre, el pobre gato tuvo su único tropiezo, sus patas traseras quedaron lastimadas, en la penumbra de la noche, su suerte quedó echada.
Jack: Has caído, pobre e iluso gato. Caíste en mi techo, en mi dominio. Hermoso lugar para cenarte, lentamente y saborearte. El gato, aterrado por su cercano final, ha pedido a su verdugo una última voluntad.
Gato: He caído. Mi final es triste, doloroso y cruel. Sé, que pasaba por las noches burlándome de tu encierro y de tus ladridos de perro fiel. Ahora, ¡Dejame morir y mátame de un zarpazo! He sufrido mucho del otro lado.
El perro declaró sentenciando: ¿¡Crees que ha sido fácil!? ¿¡Me llamas fiel!? ¿Sabes tú qué es la fidelidad del hombre? -con la rabia descargada a más de un vecino ha despertado- ¡¿Sabes qué es mover la cola día y noche?!
El gato sorprendido, se acercó un poco más. Miró los ojos del can, miró la soledad acumulada en dos cristales parecidos a canicas, una inmensa soledad, de siete años sin caricias. Se quedaron mudos un rato. Las luces que aparecieron en las casas, duraron tan sólo un rato, cinco minutos después, se habían disipado. La escasa blancura y las manchas cafés del felino se han ocultado. Pero los ojos delataban a ambos adversarios.
Jack: ¿Qué sabes del sufrimiento? ¿¡Acaso no sabes que deseo salir de este infierno!?
Gato: Creo que ambos pensamos igual -sentenció el sorprendido gato-. Tú, dentro de este castillo de lámina y de cemento frío y yo, del otro lado, cerca de aquel baldío, he visto mi suerte. El infierno de la calle, es tan sofocante, que hasta he perdido mi oreja derecha, un pedazo de mi cola y mi estómago me arde por la tarde.
Silencio. El silbato del tren delataba su puntual llegada, y con ella el temblor pasajero de aquella morada. El resultado de una vivienda mal planificada. La oscuridad se vio suplantada por la luz de la portentosa máquina.
Jack: En unos años, seré un inútil a los ojos de mi amo. En unos años, llegaré a ese infierno que me has comentado. Pero este, mí infierno, ni un pobre y flaco gato como tú, debería vivirlo.
El gato parecía contento, y dijo: Quiero saltar ahí abajo -señalaba las vías férreas-, mas sin ayuda no podré lograrlo, ¿Podrías ayudarme y empujarme al vacío? Jack se acercó y le susurró al felino: No, mejor, te acompañaré, mi amigo.
Colocó al gato en sus fauces. Suertudo, me decía la gente, dijo el felino entre dientes. Y saltaron… Y mientras caían y la sombra de ambos se proyectaba hacia adelante, un niño despertó en ese instante... Por miedo, al silbato del tren.

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