Noche Diurna
Por: Luis Fernando Martínez Padrón
Bestial patrullaje en la suave contextura de tu cuerpo, en el cual se vislumbra, la supremacía existencial del hacedor de criaturas.
Con la sístole y diástole, que provoca mirar tus ojos embriagadores que pululan sobre ensordecidos campos de fragmentación roja.
¿A qué palabras iluminas tú, deseo frenesí de locura? ¿Con qué fuerza crucificaste a los moradores de esas tierras? vendiendo falsa identidad cosmogónica que enfría y calienta la cabeza de cualquiera que te vea.
Absorta contemplación del mutismo histórico, conllevando a la histeria fortaleza de las dumas enraizadas de violetas y jazmines, a donde duermen las mentes infantiles.
Jurarás que no lo provocaste, pero ante mí la duda salta, en donde alguien deshace los lazos familiares, por esconderte, alabados sean los héroes.
Fútiles de tus andanzas, enclavados en la parte arenosa de una pequeña ciudad.
Ante ti cayeron los despreciados, la carne de cañón… sin inmutarte cediste a la aventura histriónica.
¡Se que no debo verte!; ni recordarte y ¡cómo maldecirte! No, no se puede en la idolatría que carcome el cerebro y pone a prueba los deseos, desfallezco.
¿En qué se amparan los que han caído en la tentación…? nacionalismo, heroísmo, herejía, estupidez.
Tus tenaces garras de astracán, que invocan la solemnidad de tu andar, y el indio a la molina, sin esperanza de tocarte.
Tu belleza es inigualable, musa de antaño, que enfrenta a las naciones, y con tu silueta hasta las murallas de la ciudad caen; sin conmoverte ni un cabello en ello.
Todos caen ante ti, como las gotas de sudor de tu frente que calma la sed en el infierno, y tú orgullosa poetiza de lo carnal, desdeñas la vida de estos, por la autoridad de tu perfección con so pretexto del amor.
¡Hay! Pobre de aquel hombre que intente siquiera conocerle… mejor le convendría no invocar su nombre… porque ella trae el caballo de la derrota.
Con la sístole y diástole, que provoca mirar tus ojos embriagadores que pululan sobre ensordecidos campos de fragmentación roja.
¿A qué palabras iluminas tú, deseo frenesí de locura? ¿Con qué fuerza crucificaste a los moradores de esas tierras? vendiendo falsa identidad cosmogónica que enfría y calienta la cabeza de cualquiera que te vea.
Absorta contemplación del mutismo histórico, conllevando a la histeria fortaleza de las dumas enraizadas de violetas y jazmines, a donde duermen las mentes infantiles.
Jurarás que no lo provocaste, pero ante mí la duda salta, en donde alguien deshace los lazos familiares, por esconderte, alabados sean los héroes.
Fútiles de tus andanzas, enclavados en la parte arenosa de una pequeña ciudad.
Ante ti cayeron los despreciados, la carne de cañón… sin inmutarte cediste a la aventura histriónica.
¡Se que no debo verte!; ni recordarte y ¡cómo maldecirte! No, no se puede en la idolatría que carcome el cerebro y pone a prueba los deseos, desfallezco.
¿En qué se amparan los que han caído en la tentación…? nacionalismo, heroísmo, herejía, estupidez.
Tus tenaces garras de astracán, que invocan la solemnidad de tu andar, y el indio a la molina, sin esperanza de tocarte.
Tu belleza es inigualable, musa de antaño, que enfrenta a las naciones, y con tu silueta hasta las murallas de la ciudad caen; sin conmoverte ni un cabello en ello.
Todos caen ante ti, como las gotas de sudor de tu frente que calma la sed en el infierno, y tú orgullosa poetiza de lo carnal, desdeñas la vida de estos, por la autoridad de tu perfección con so pretexto del amor.
¡Hay! Pobre de aquel hombre que intente siquiera conocerle… mejor le convendría no invocar su nombre… porque ella trae el caballo de la derrota.
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