Nuestro cuerpo material es inútil en la travesía del Tonalli (Alma) por las nueve dimensiones y el Noviembre otoñal desangra en nuestras manos un capítulo más de nuestra historia desconocida e inconclusa. Un frío descaro ante el símbolo sagrado de la muerte nos confunde en una burda precesión de entierro a costumbres prehispánicas. La delicada fragancia de Cempoaxochitl con su magnificencia colorida en amarillos sacros a la tierra, se difumina ante figurillas desequilibradas, maquiladas imágenes de horror, brutalmente interpuestas con un pútrido olor global.
La vergüenza de los héroes reemplazados se arrincona en simples intereses mediocres y una lastimera idea de Tierra y Libertad nula, estanca al cambio social en políticas muertas para un pueblo moribundo. Nuestros difuntos antepasados se ven atormentados por mitologías ajenas y celebraciones catastróficas de seres monstruosos y sin alma. Su camino santificado ante la luz eterna de las velas guía se apaga lentamente, la vereda al altar de los recuerdos que nos atan a una identidad definida y digna, se desfigura.
Así pues, demos vida a la muerte misma, disfrutemos el burlarnos de ella, acariciarla en nuestras enseñanzas… aunque la amamos con temor y respeto, sabemos que es lo único seguro que tenemos en nuestro paso por las delicias terrenales. Demos pie a la reflexiva reconfiguración analítica de nuestra historia lastimada y escupamos en los extranjerismos maleducados… recordemos el origen de nuestra trascendencia dentro del círculo ancestral que nuestro sabio maestro nos predijo en el Calmecac y rindamos tributo a la milenaria experiencia de nuestra madre Tierra en el lujo de nuestra liberación,
Teotia Miquiztli
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