Por: Jesús Brilanti T.
A veces, las verdaderas bestias
somos nosotros los hombres.
Jesús Brilanti T.
Mi nombre es Rembrandt, mi madre me puso tal apelativo, soy hijo adoptivo, lo sé, sin embargo amo a mis padres y se los he denotado de un modo u otro, a mi manera.
Tuve una infancia feliz, jamás lo he olvidado y nunca dejaré de recordarlo. Tuve otros dos hermanos, vi partir a muy temprana edad a mi hermano mayor cuando lo adoptó una señora solterona, me quedé solo con mi hermana, pero al poco tiempo la vi morir; con su deceso me di cuenta de que el mundo no era tan agradable como yo lo imaginaba, supe que existía el dolor.
De cualquier manera la vida siguió adelante y continué siendo un infante feliz y dichoso; mi padre adoptivo a veces me bañaba y yo podía sentir su cariño a través de sus dedos o sus palabras. Yo creía por instantes que me ahogaría, pero él siempre me confortaba y me pedía tranquilamente calma. En ocasiones cuando él llegaba del trabajo jugaba conmigo, otras tantas me pasaba a su cuarto, éste me encantaba y yo me sentía privilegiado, en ocasiones se molestaba un poco porque tomaba cosas que no me pertenecían, o por que saltaba sobre su cama, me reprendía con cariño y después me encaminaba hacía el patio, dándome una ligera palmada, para que yo siguiera jugando.
Recuerdo una infancia feliz, recuerdo días de dicha y goce en mi pequeña e inocente alma, sin embargo un mal día mi vida cambió radicalmente, mi inocencia se difuminó entre una espesa bruma. Todo comenzó cuando papá se enteró que tendría un hijo biológico. Desde aquella ocasión mi padre cambió conmigo, a parte tenía muchos problemas en su trabajo, añadiéndole ahora tenía que trabajar más. Papá cambió, era otro, ahora pasaba junto a mí y ya no me veía, parecía yo un ente invisible ante su visión, a pesar de que yo saltaba, gritaba y corría para llamar su atención. Papá estaba siempre de mal humor, imaginaba que sería por mi causa, yo no entendía nada, en ocasiones me agredía verbalmente para que me quitara de su paso, yo buscaba el rincón más alejado y más obscuro, donde sus gritos no me pudiesen alcanzar, me refugiaba lo más lejos posible de su ira. En las noches dormía, soñaba que papá jugaba conmigo, como en el pasado, donde me consentía y colmaba de cariños; papá venía y me abrazaba, me levantaba en brazos y después me arrojaba hacia el cielo para después volver a caer entre sus brazos y en ellos mismos llegué a sentir el amor más puro y profundo que pudiese sentir criatura alguna. De repente despertaba y la magia terminaba.
Alguna ocasión escuché decir a mi padre que se mudarían de casa, él pensaba llevarme con ellos, pero mamá dijo rotundamente que no, que no habría espacio para mí. Ella siempre creyó que era yo lo demasiado pequeño para no entender, pero para esas situaciones no hay que entender uno palabras. Esa fue la primer ocasión en la cual me dolió el alma, comprendí que es el dolor más terrible por el que puede pasar un ser.
A mamá casi no le veía, por lo regular se presentaba los viernes por la tarde, mamá es buena persona, lo sé, pero siempre fue muy distante conmigo, me hacía cariños, pero a diferencia de papá, sus cariños eran aislados, nunca me abrazó como papá entre sus brazos, en ocasiones la oí compararme con otro niño al que le apodaban “esniquer”, a mi no me gustaba pues creía que yo era único; sin embargo, de igual manera siempre le manifesté mi gran amor y le amo y le extraño igual que a papá.
Una tarde caí en la total desesperación, y en el ánimo de llamar la atención de mi tutor comencé a hacer travesuras, mi padre trató de ignorarme y seguir con sus problemas y su extrema tensión, pero a mi abuelo no le parecieron mis diabluras y un trágico día en el cual papá estaba muy ocupado en sus labores fuera de casa, el abuelo me tomó entre sus brazos, yo brinqué de alegría, pues creí que abuelito me sacaría a dar una vuelta por la ciudad como hacía mucho tiempo no lo hacía. En efecto, fuimos a dar un paseo, pero jamás imaginé que el propósito de tal viaje no tendría retorno.
Llegamos al centro de la ciudad, había mucha gente: vendedores, niños jugando y corriendo, personas que caminaban bajo el aura de su propia sombra proyectada en las baldosas; la algarabía se manifestaba de una y mil maneras, me sentí feliz ante tanto movimiento, tanta cromaticidad que se repartía a diestra y siniestra, el abuelo me depositó en el suelo, yo bajé y comencé a husmear de un lado a otro, ¡veía tantas cosas!, veía una fuente y el agua jugar a manera de danza. Era bello aquel paisaje, ¡que bueno sería que en este momento estuviesen aquí papá y mamá para que jugaran conmigo!, ¡sería simplemente extraordinario! Fue en tal instante que busqué al abuelo para pedirle, para suplicarle, que regresáramos a casa, buscáramos a papá y a mamá para que vinieran conmigo a jugar, a ver la fuente, a correr entre los vendedores ambulantes que expendían globos multicolor, algodones de azúcar, olores a churros y atole calientes… ¡pero abuelito ya no estaba ahí!, creí por un segundo que era una broma, pero no, lo busqué en todas direcciones y él ya no estaba por ningún lado. Creí había ido a comprar algo y regresaría por mí, yo era muy chiquito como para que me dejase solo, eso no podía ser, sin embargo el tiempo pasó y el abuelo nunca regresó.
Intenté regresar solo a casa, pero era imposible, no había retorno. Caminé muchas calles, había decenas de automóviles y más de alguno estuvo a punto de aplastarme, yo no sabía cruzar las calles, pero mi inteligencia me decía que no debía ponerme frente a esas grandes máquinas conducidas por rostros desconocidos. Cada que veía pasar un auto azul, creía que era el de papá; así, sentadito, quietecito, esperaba se detuviese algún coche azul marino y me llevara de regreso a casa, pero nunca se detuvo auto alguno. Anocheció, el frío me calaba en lo más profundo del espíritu. Tenía hambre, sed y una terrible angustia al no saber por qué me habían abandonado. ¿Qué diría papá cuando se percatase que yo ya no estaba en casa?
Una esquina, después, una taquería, cual me recibió con un aromático olor a carne y a grasa que me estremeció el estómago con un intenso zumbido; me acerqué, un hombre robusto salió, le hice una reverencia y me contestó con una patada, salí corriendo hasta perderme entre la oscuridad de la noche. Llegué a una calle solitaria, comprendí que no había peligro en tal lugar, me acurruqué entre un pequeño arbusto y dormí colmando la noche con suspiros.
Esa noche soñé que papá venía a buscarme, me encontraba y me llevaba con él entre sus brazos, me sentí feliz; dicha felicidad culminó muy temprano cuando unos niños me sacaron del letargo en el cual estaba profundamente sumergido, a punta de pedradas. Salí corriendo ante sus impávidas carcajadas, mi pequeño corazón latía y golpeaba mi caja toráxica. Los automóviles seguían amenazándome de muerte, pero a pesar que ya no le veía sentido a mi vida, algo me decía que tenía que continuar guardando una esperanza. El hambre se había vuelto un brutal verdugo, mi estómago ardía, en mi andar encontré a una anciana vagabunda, estaba sentada en la fría banqueta comiendo un trozo de pan, yo pasé frente a ella y de repente me detuve a observarla, en tal instante arrojó una porción de pan rancio cual me supo a gloria. Después de un lapso la vieja aquella se incorporó, seguí su andar, pero me pidió que no la siguiera, a mi no me importó, pero ella me amenazó con su bastón. Despavoridamente huí.
Estuve vagando por varias calles, deseaba encontrar mi hogar, ya no me importaba el hambre o la sed, lo que deseaba era volver a ver a papá y a mamá, pero, por más que caminase, no llegaba a ninguna parte, y aquel día volvió a fallecer como el anterior. En un callejón, encontré unas cajas, dentro de alguna de ellas me introduje, el cansancio me tenía rendido, el agotamiento provocó que cayese en profundo sueño, esta vez no soñé a mi padre, sino a mi madre biológica amamantándome. Por la madrugada la lluvia me despertó, intenté regresar al sueño, pero me fue imposible; antes de que saliese el sol y bajo las frías gotas que caían del cielo deduje que lo mejor sería regresar al lugar donde me abandonó el abuelo, quizás por alguna razón a papá se le ocurriría ir a buscarme a tal lugar. Retorné muy por la mañana al centro de la ciudad, la lluvia, el lodo y otros factores me hacían ver irreconocible cuando vi mi figura en un charco de agua. Algunas personas me veían con lástima, la mayoría lo hacía con asco, pero no me importaba, yo sabía que a papá no le daría repulsión verme, realmente a él nunca le interesó mi aspecto.
Eran como las once de la mañana de aquel día cual no olvidaré jamás, yo con toda mi fe andaba trotando, buscando una esperanza; de alguna manera pensé que mis deseos eran tan profundos que causarían un milagro, y así fue, de repente al pasar frente a un arcaico templo, ahí estaba ella, ahí estaba como siempre, hermosa, perfumada, irradiando de belleza mi mamá, corría ante ella, traté de llamar su atención, mamá me reconoció al instante, sin embargo se avergonzó de mí, pues estaba flaco y extremadamente sucio. ¡Pero era ella! Era mamá, que venía por mí, venía a rescatarme de esta brutal soledad, de esta terrible angustia que dolía en lo más profundo de mi alma, era mamá quien me llevaría con papá y me darían de comer, mientras me acurrucaban entre sus brazos.
Mamá se afrentó de mi inmundicia, aparentó no conocerme, pudo más el prejuicio, tuvo un mayor peso el “que dirán”, que el amor. Comprendí justo entonces por qué siempre sus cariños hacía mí, fueron con la punta del pie. Ella únicamente atinó a tomarme una rápida y fugaz fotografía con su cámara instantánea; yo traté de comprenderla, yo supe que para ella, su mundo debe ser perfecto, bello, idóneo…… rosa, y yo no entro en tales instancias. Me dolió mucho más ella, porque a la larga sufrirá muchísimo al darse cuenta de lo que yo me percaté con todo esto que viví: el mundo no es perfecto, el mundo es grotesco, aunque tiene momentos bellos por los cuales vale la pena vivir. Ella me ignoró y de repente me dio la espalda, se encontró con un joven bien parecido, limpio, aseado y perfecto al que conocía desde hace años, comenzó a charlar con él. Para él si hubo un espacio y un tiempo, para mí, sólo asco y vergüenza. Me retiré lo más rápido que pude.
Después de que ella me desconoció, viéndome como un ser despreciable, discriminado por la sociedad, yo perdí mi fe, me di por vencido, imaginé de manera tangible, jamás volvería a ver a papá. Supe entonces que mi final estaba decidido, ya no tuve fuerzas para continuar.
A pesar de todo, le debo bastante a mi madre, pues horas después vio a mi padre, le dijo que me había visto vagabundeando por el centro de la ciudad; le mostró las fotos que me había tomado; papá se llenó de ira y otro tanto de desesperación, de inmediato hizo a un lado lo que estaba haciendo, le pidió a mamá lo acompañara, encendió el auto y salió de inmediato en mi búsqueda. Llegó en breves minutos a la zona indicada, con la mirada quería devorar calle tras calle, intuyó que dentro del coche jamás me encontraría, estacionó el vehículo, a mamá le preocupó más que ese día cumplían meses y que él perdería tiempo buscando un pequeño asqueroso, frustrada no deseo acompañarle; a papá no le importó, lo único que deseaba era encontrarme de inmediato, con un nudo en la garganta comenzó a recorrer las calles, temía extremadamente encontrar mi cadáver por debajo de alguna acera. La gente le veía, estúpidamente creían que era un loco al advertir en su rostro la angustia. Siempre criticó a esta ciudad, y alguna ocasión la tildó de un vulgar pueblo por su brevedad, pero ahora lo veía inmenso al no saber por que calle comenzar a buscar, recorrió varias calles casi corriendo, mientras indiscriminadamente volteaba hacia todas partes. Deseaba gritar mi nombre, deseaba aullar, llorar, pero de alguna manera le afloró la fortaleza, sabía que no podía darse por vencido. Hasta que recordó el templo de San José, que había sido el lugar señalado por mi madre como punto de partida, cuando por la mañana, me había visto e ignorado. Regresó papá a tal iglesia, pero no me encontró, y justo en el instante en el que había decidido iniciar una nueva búsqueda por otras calles, volteó hacia un costado del templo donde almacenan escobas, resguardado por barrotes de metal; justo ahí al fondo, observó un pequeño bulto que yacía al pie de unos viejos escalones, con ansía y lagrimas en los ojos se acercó, tan sólo para percatarse que mi cuerpo estaba ahí tendido. Por un instante en la mente de papá, pasó la idea de que se trataba de un viejo trapo, pero conforme se acercaba se percató de que no era tal, sino se trataba de un diminuto ser, en efecto, era yo, que muerto de cansancio dormía ya carente de sueños bellos, de alma y de fe. Papá se acercó lo más posible a la semi-jaula aquella, se regocijó en cuerpo y alma al observar que respiraba, y tímidamente murmuró mi nombre: -¿Rembrandt…..?- Yo lo escuché muy, muy lejos, dentro de mi sueño, y permanecí breves segundos pensando que era precisamente ello, un sueño, pero él incrementó el tono de su voz y repitió:
-¡Rembrandt… soy yo, soy papá…. vine por ti!- Desperté, y aun imaginé que era una mala broma más de esta vida, pero no era así, esta vez era papá realmente quien introdujo sus delgados y largos brazos a través de la reja aquella, me tomó por los hombros y me extrajo de aquel lugar, me arrebató entre sus brazos, acarició mi cabeza como siempre lo hacía, yo lloraba a más no poder mientras meneaba mi cola diciéndole el gusto enorme que me daba encontrarlo de nuevo. ¡Era papá! Papá había venido por mí, yo no sabía cómo, no sabía por qué, pero era él, era papá, seguramente mamá le había dicho que aquí estaba esperándolo y que no podía yo morir sin antes verle una vez más.
Papá no sintió pena o vergüenza alguna por mí, al contrario, se sentía un héroe, volví a experimentar la felicidad, me tomó entre sus brazos, me cargó y me besó y supe por qué vale la pena vivir realmente. Por momentos así, daría todo, como volverme a perder.
Mi padre atravesó medio Centro Histórico conmigo en su regazo, la gente le veía, pero a él no le importó más que haber encontrado a su hijo perdido y hallado en el templo. Jamás le ha importado qué diga la gente o qué no, pues él cree que sería como un esclavo, presa de la opinión popular cual jamás se llegará a satisfacer. Mientras él caminaba conmigo en brazos, daba gracias al creador por esta oportunidad, por esta vivencia de reencuentro. Yo se que él deseaba llorar, pero se contuvo, quizás, no deseaba hacerme sentir mal.
Regresamos al coche. Ahí estaba mamá, ¡mamita! pensé, y deseé que se regocijara al igual que papá y me abrazara también y me besara, pero mamá me quería lo más lejos posible de ella, pues yo estaba sucio, mugroso. Mamita no me abrazó, ni siquiera me tocó, a pesar de que ella veía mi gusto enorme por volverla a ver, sus palabras de aliento fueron mínimas, como de solidaridad, pero para con papá. Yo sé que a papá le dolió conocer esta faceta de mamá, tan fría, tan cruda e insensible, pero se dio por bien servido al haberme encontrado y no reprochó nada. Yo iba en el asiento de atrás, y mi felicidad no tenía igual, sabía que a final de cuentas papá siempre estará ahí, con todo y su mal humor, pero papá me ama. Yo me colocaba atrás de su cabeza mientras él conducía, y yo lloraba, mientras él me calmaba, me daba ánimo y me decía: -¡Ya vamos de regreso a casa campeón!-.
Llegué a casa, me reencontré con mi universo, el abuelo no dijo nada, la abuela tampoco. Durante días no he parado de llorar por las noches o cada que veo a papá, él sabe que lo amo por que lo siente. A mamá también la amo, aunque a ella sólo le interesa ella misma y nadie más, pero es buena persona y la extrañé mucho también.
Han transcurrido algunos días, ahora, no sé qué me pasa, tengo una profunda depresión por todo lo que viví en unas cuantas horas, pero no me importa, me siento enfermo y cansado, intuyo que habré de morir, no me importa ahora porque será cerca de papá.
Mi nombre es Rembrandt, soy un cachorro joven, totalmente blanco, con una mancha negra del lado izquierdo en mi cara, tengo un padre que me ama, a pesar de su neurosis; sé que es bueno a pesar de estar casi siempre enojado, con el seño fruncido, porque antier en la noche recogió a otro perro joven como yo que estaba perdido en las calles, le puso por nombre Van Gogh, lo adoptó pensando en que no lo atropellara un auto, pero sobre todo lo hizo pensando en mí.
Creo que papá siempre me recordará con una sonrisa en el alma, cuando memoricé cuanto lo hice reír, cuando trepaba a la puerta del patio y mi pequeño cuerpo quedaba colgando, yo lo hacía con tal propósito, que él sonriera, que se apartase un instante de su amargura, creo que siempre lo logré.
Anoche vi por última vez a papá, mis ojos tristes de alguna manera le dijeron que me estaba despidiendo de él. Yo ya sabia a la perfección que había llegado mi hora, nosotros los canes siempre sabemos de esas cosas, y no, no estaba triste por mi próximo deceso, estaba triste por papá al verlo cómo estaba siendo consumido por el estrés y la carga de trabajo.
Fallecí con un terrible dolor a la mitad de mi espíritu, le dije adios a papá y pedí mucho a Dios por él y por mamá.
Ahora descanso eternamente, soñaré por siempre con mi propia paz., espero algún día mi reencuentro con mi padre.
Mi nombre es Rembrandt, y soy un perro con un poco de suerte.
Es horrible percatarnos, que bajo muchas circunstancias, la bestia, somos nosotros los hombres.
8 de agosto de 2009.
***A la memoria de mi muy preciado y a veces cruelmente ignorado Rembrandt.
Perdóname, donde quiera que estés.
Jesús Brilanti T.
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