Gerardo Borda
Un joven ángel sale del templo, desintegrado en miles de pedazos. Debajo de sus alas está pegando su saliva, mientras que de sus pestañas gotea sangre fresca… Abrió sus manos y gritó, y por más que gritó, yo cerré mis ojos y seguí succionando su sangre.
En las afueras, hay cuerpos descompuestos, sacrificados y mutilados, como ofrendas al amor, destruido por el odio.
Se secaron mis besos, que antes di por amor y ahora solo me queda disfrutar la mediocridad.
Debajo de fragmentos ardientes de mí mismo, estoy sembrando lágrimas en mi nauseabundo mundo. En mis manos se marchitan las flores y en mi boca se coagula la sangre.
Sacó mi cuerpo del fango y el ángel puso sus alas en mis brazos para poder escupir mis pecados, lamo sus heridas con mi boca, he besado su corazón, he amado su carne en el portal, mi lengua se petrifica en la base del monumento y mis cenizas son repartidas en el fondo del mar, donde yace una bestia lista para devorarlos.
Sobre tus rodillas, me acosté, te llamé con esta boca, extendí mis manos suplicando que mi alma se perdiera en la obscuridad. Recé en la noche obscura suplicando y gritando con mi último aliento de vida.
Quiero mostrarme ante ti, crucificado y a punto de ser devorado por gusanos.
Hay sangre divida en mis lágrimas, pues ya no puedo llorar lágrimas puras… se han secado, se han ido.
Lleno de rencor y odio quiero sentirte, lleno de frustración y resentimiento quiero recibirte…
Déjame llorar…
Déjame sentir…
Déjame dormir…
Déjame rezar…
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