Alex Garrigoz
Melancólico recinto abierto naturalmente
para recibir a la embarcación grande y pequeña;
para dar hospitalidad a los extranjeros
que traen enfermedades, costumbres extrañas
y dejan un puñado de cobre
a las sigilosas mujeres que en el suelo
extienden sus muñecas de trapo, sus crucifijos toscos.
¡Qué algarabía de prosapias y de tránsitos!
¡Qué ruido de silbatos y grosería de marino!
Adversaria la marejada que azotará el muelle,
desanudará las lanchas zozobrando bajo un cielo gris
de estrepitosas y cobardes gaviotas,
dejará en las redes del paciente pescador pobre
un pez globo boquiabierto de perturbantes ojos
y un nudo de algas ponzoñosas.
Enemiga la tormenta flaqueando las palmeras,
perdiendo los humildes tejidos de los techos
en el océano como una boca voraz abierto.
Áspero este lugar de los adioses
donde los amantes ondean pañuelos blancos
y despiden los barcos que no vuelven.
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