Joel Eduardo Rico Vallejo
Nunca supe si la gente no sabe llegar a sus destinos o solo corren para no seguir en el lugar donde están. Estampidas marcándote el paso, muchas veces te llevan a lugares donde no quieres ir, pero en algunas ocasiones solo tienes que dejarte llevar, como ola buscando la orilla. Yo, mejor me regreso pa’ mi pueblo y me llevo a la Cecilia, allá estará cuidando de sus plantas tranquilamente.
Acá en la capital el ruido no me deja ni escuchar lo que pienso, quizá por eso es mejor no pensar demasiado; el tiempo dura menos y la vida se termina más rápido.
“El fantasma eléctrico” dice aquella canción; el orgullo de ser capitalino. Su cielo gris como el rostro de quien trabaja en los semáforos o como quien vende cualquier cosa en los vagones; yo por eso me regreso y me llevo a la Cecilia, pa’ que se harte de comer fresas, “contigo la milpa es rancho y el atole champurrado” le dice Diego a Frida.
¡Ah! La capital. Tan profunda su cultura, la versatilidad del ambiente, propicio para aventarse a las vías; favorable para gritar: ¡no estoy de acuerdo!; oportuno para comer tamales dentro de un bolillo. Mejor me regreso a mi pueblo y me llevo a la Cecilia, allá a dormir hasta que el gallo cante.
Yo, por eso me voy pal’ pueblo y me llevo a mi Cecilia pues, aunque cargue con todo y nopalito, que allá en la catedral nos vamos a casar y en el bosque será esa fiesta tan especial. Porque esto del asfalto no es de buen gusto, en las calles empedradas y chuecas es donde me siento más a gusto.
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