Por: Mauricio Ramírez Maldonado
Amo los pies de una mujer o de un hombre, según sea el caso y no muy hombre el aludido, un arco prolongado, dedos cortos y en forma de guadaña, que se ensucien un poco al contactar la tierra, ángeles mundanos, apetecibles dedos de chistorra, uñas como garras, brutales, afiladas y letales, tobillos descarnados, con la marca prisionera del grillete, pulsera que le esclavice, madame malvada, un atroz tatuaje escurriendo por su empeine, planta pálida pero deseosa de vivir, entre dedo y dedo una lengua, de preferencia la mía, tal vez la suya, no importa el tamaño, siempre y cuando monten un par de estrepitosos y alucinantes tacones marca table, impúdicos equilibristas, para ornamentarlos anillos cual candados en sus dedos, portadores emblemáticos de un decálogo de uñas no pintadas sino manchadas por los estrambóticos colores del pecado, de ese acto que no atormenta al momento ni se disfruta después de pasado sino todo lo gozado o algo así.
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