Por: J. Alfredo C. Morales
Manos que se materializan congeladas a través del tiempo incierto y un elixir encapsulado en aguijones de gloria contagian el juego, inyecto en mis venas la armonía seductora de tu contoneo frenético, el jugo libido de mis pasiones se mezcla ante el derroche íntimo de un romance renacentista contigo mujer.
Cual droga filántropa, consumo el aroma erógeno de tu piel, me detengo un instante en la zona prohibida que me niegan tus besos, cual fanático insoportable a la desdicha, ruego al mismísimo Dios entre sueños, encontrarte desnuda en mi regazo cada vez que despierto.
Y es que tan solo bastó un cumulo de estrellas desconocidas, para romper el reflejo pesimista de mis ojos, ahora vivo ciego ante ti, ahogado, estimado, casi muerto y una vez más ciego ante ti, ante el amor que manifiestas incitando cursilería controlada en poesía.
Distingo pues tus labios sedientos entre mis dedos, me dedico a beber la pasión alucinante de cada beso que tatúas en mi espalda, inhalo la atractiva fantasía que provocan tus caricias y me pierdo cual niño descubriéndose en el juego de la seducción.
Y es que tus manos acarician el fulgor atónito de mi cuerpo, ¡me he vuelto adicto de tus manos, como quiero tus manos, suplico al cielo que si muero, mi cuerpo inerte permanezca en tus manos, suaves, inmaculadas, de artesana, moldeando la escultura de tu vida!, mi vida, la simple vida.
Ahora comprendo la irónica poesía de Sabines, al vernos frágiles el uno al otro “cuando los amorosos callan”, entonces cayó ante tu grandeza, me embriago ante tu fortaleza y me éxito ante el vehemente licor enamorado de tu sonrisa.
No pido más que tu cuerpo de diosa, no pido otra cosa más que detener la tortura cuando volteo y no te encuentro a mi lado, quiero que el gritar mi amor a los cuatro vientos sea innecesario y se disimule en una locura temporal, para así manifestarme en tus ojos y vivir en tu boca.
“No es nada de tu cuerpo”, pues te has manifiestas toda tu ante el mío, “no es nada de tu cuerpo”, pues te amo toda a ti; revelas los sentimientos de este peatón urbano, los exhibes en la ceremonia plagada de estos versos y desaparecemos juntos, difuminados en la penumbra silenciosa de nuestro rincón, solos.
Así concluyo corazón que tu y yo -nadie más que tu y yo lo sabemos-, interpretamos el papel de los “amorosos”, perdóname pues mujer de mis sueños.
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