Por: Luis Fernando Martínez Patrón
Ahora te voy a contar una especie de algoritmo mediático con complicidades y cómplices valientes de lo abnegable, bueno ahí te va la historia que no es cuento, el cuento que es historia; una buena de Popeye (ah no, epopeya).
Esta historia se desarrolla en las inmensidades de una ciudad de tamaño proporcional con sus habitantes, los cuales laboraban seis días, el séptimo descansaban e iban a darle gracias a su dios; su retribución económica era inmaculada y perfecta; la gente paseaba por callejuelas oscuras a medianoche sin temor y el sexo una tradición sólo para engendrar.
Todos eran felices, no existía desempleo y el azul coloreaba regente mente en las cavidades del santuario municipal, la muerte era prohibida (sólo el que dios decidía) la vida es exponencial y se pelea a toda costa.
Un buen día llegó desde la comisura del sur un personaje, con ropaje desgarbado, sucio y con un color de piel diferente a los del pueblo; se encuentra deambulando por las lindas calles de esta urbe cuando de pronto uno de los oficiales de la ley le detiene y pasa a remitirlo con el cónclave de la ciudad.
En una fuerte discusión, los ataviados personajes preguntan y repreguntan al personaje bucólico el motivo de su presencia ahí, en donde las cámaras de seguridad y la zona residencial son exclusivas y sin miramientos.
El anonadado espécimen les comenta que en su pueblo no hay comida, las muertes son frecuentes, igual que las peleas y la seguridad es nula, ante esto él decidido a trabajar no pudo mantener un nivel de vida decente para su familia, que después de pensarlo bien se metieron de contrabandistas, pero él siendo honrado decidió probar suerte, para no estar mal con dios y no condenarse.
Las gentes al oír tantos disparates comenzó a tener miedo, cada día que pasaba y aún teniéndolo encerrado, se suscitaron habladurías de dejarlo quedarse y ser productivo, otras que se le desterrara. Siguieron pasando los días y la gente temerosa, comenzó una adquisición de artículos de suma urgencia (pistolas, alarmas, etc.) con tal de que el ente no entrara a profanar su casa.
Mientras la discusión proseguía, el individuo explicaba nuevamente lo que él sentía y lo que quería (trabajo y vida digna), los sacerdotes temieron, los municipales desconfiaron, entonces desde la muchedumbre una potente voz rugió.
Se debía exterminar al individuo, con la firme intención de dar una lección a todos aquellos que creen poder entrar en este pueblo que sólo es para los privilegiados; con ello aunque se vive en el mismo país, se darán las pautas para ver que los niveles sociales se respeten y no intenten invadir a un pueblo feliz y rebosante; porque aunque estando en la cárcel este individuo da mala imagen a nuestra tierra.
Así a las 2:14 de la tarde se ejecutó a un hombre por el simple hecho de ser pobre y pedir ayuda para una vida mejor; los luchadores de la vida y la dignidad de este pueblo consiguieron fortaleza con pueblos colindantes, destruyendo de esta manera a casi toda la población sin recursos y que representaba lo insano del mundo.
La cacería ha proseguido hasta hoy mismo, cuando escribo esto me estoy enterando que a mi padre y madre les enjuiciaron (no tenían para una abogado) y les sometieron a la pena; ¿Por qué?, simplemente por no reconocer a su dios.
Espero poder regresar a mi pueblo, pero que sea de manera diferente, ellos dicen que la vida es única y la defienden; pero han matado a muchos, es que no somos güeritos; bueno si alguien lee esto no vayas para allá, no trates de encontrarme, es difícil vivir de errante porque en tu país no te quiere el cónclave.
Así fue la historia que cuento, unos tomaron el poder y decidieron hacer lo que quisieron, simplemente por no ser de su nivel, a los indios no los ampara dios (y quieren que creamos en él) entonces hay que buscar la forma de acabar con lo azul del poder y llegar a la realidad roja que marea, los textos están en la Maquina 501, yo hace mucho que me baje de ella, prosigo en la solemnidad del silbatazo que arrulla la desesperanza de mi pueblo.
No a la pena de muerte, en ningún lugar, menos en México.
Ahora te voy a contar una especie de algoritmo mediático con complicidades y cómplices valientes de lo abnegable, bueno ahí te va la historia que no es cuento, el cuento que es historia; una buena de Popeye (ah no, epopeya).
Esta historia se desarrolla en las inmensidades de una ciudad de tamaño proporcional con sus habitantes, los cuales laboraban seis días, el séptimo descansaban e iban a darle gracias a su dios; su retribución económica era inmaculada y perfecta; la gente paseaba por callejuelas oscuras a medianoche sin temor y el sexo una tradición sólo para engendrar.
Todos eran felices, no existía desempleo y el azul coloreaba regente mente en las cavidades del santuario municipal, la muerte era prohibida (sólo el que dios decidía) la vida es exponencial y se pelea a toda costa.
Un buen día llegó desde la comisura del sur un personaje, con ropaje desgarbado, sucio y con un color de piel diferente a los del pueblo; se encuentra deambulando por las lindas calles de esta urbe cuando de pronto uno de los oficiales de la ley le detiene y pasa a remitirlo con el cónclave de la ciudad.
En una fuerte discusión, los ataviados personajes preguntan y repreguntan al personaje bucólico el motivo de su presencia ahí, en donde las cámaras de seguridad y la zona residencial son exclusivas y sin miramientos.
El anonadado espécimen les comenta que en su pueblo no hay comida, las muertes son frecuentes, igual que las peleas y la seguridad es nula, ante esto él decidido a trabajar no pudo mantener un nivel de vida decente para su familia, que después de pensarlo bien se metieron de contrabandistas, pero él siendo honrado decidió probar suerte, para no estar mal con dios y no condenarse.
Las gentes al oír tantos disparates comenzó a tener miedo, cada día que pasaba y aún teniéndolo encerrado, se suscitaron habladurías de dejarlo quedarse y ser productivo, otras que se le desterrara. Siguieron pasando los días y la gente temerosa, comenzó una adquisición de artículos de suma urgencia (pistolas, alarmas, etc.) con tal de que el ente no entrara a profanar su casa.
Mientras la discusión proseguía, el individuo explicaba nuevamente lo que él sentía y lo que quería (trabajo y vida digna), los sacerdotes temieron, los municipales desconfiaron, entonces desde la muchedumbre una potente voz rugió.
Se debía exterminar al individuo, con la firme intención de dar una lección a todos aquellos que creen poder entrar en este pueblo que sólo es para los privilegiados; con ello aunque se vive en el mismo país, se darán las pautas para ver que los niveles sociales se respeten y no intenten invadir a un pueblo feliz y rebosante; porque aunque estando en la cárcel este individuo da mala imagen a nuestra tierra.
Así a las 2:14 de la tarde se ejecutó a un hombre por el simple hecho de ser pobre y pedir ayuda para una vida mejor; los luchadores de la vida y la dignidad de este pueblo consiguieron fortaleza con pueblos colindantes, destruyendo de esta manera a casi toda la población sin recursos y que representaba lo insano del mundo.
La cacería ha proseguido hasta hoy mismo, cuando escribo esto me estoy enterando que a mi padre y madre les enjuiciaron (no tenían para una abogado) y les sometieron a la pena; ¿Por qué?, simplemente por no reconocer a su dios.
Espero poder regresar a mi pueblo, pero que sea de manera diferente, ellos dicen que la vida es única y la defienden; pero han matado a muchos, es que no somos güeritos; bueno si alguien lee esto no vayas para allá, no trates de encontrarme, es difícil vivir de errante porque en tu país no te quiere el cónclave.
Así fue la historia que cuento, unos tomaron el poder y decidieron hacer lo que quisieron, simplemente por no ser de su nivel, a los indios no los ampara dios (y quieren que creamos en él) entonces hay que buscar la forma de acabar con lo azul del poder y llegar a la realidad roja que marea, los textos están en la Maquina 501, yo hace mucho que me baje de ella, prosigo en la solemnidad del silbatazo que arrulla la desesperanza de mi pueblo.
No a la pena de muerte, en ningún lugar, menos en México.
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