Por: Adrian Pérez Valerio
Yo sé de un hombre que tiene de memoria un libro. No es de sorprender pues, que cuando se le haga referencia a un acontecimiento pasado, hojeé un poco y diga sonriendo: Sí, lo recuerdo. Ya a nadie asombra éste hecho, y no pocos le han hecho notar las evidentes ventajas: al ser los recuerdos algo tangible, podemos ocuparnos de ellos como mejor convenga. Como es natural, el hombre aprecia aquél libro tanto como su propia vida, y de preguntarle si le molesta llevarlo, responde que se ha acostumbrado tanto a él que lo considera un miembro más de su cuerpo. Un día, contra todo pronóstico el libro se pierde y su dueño emprende una búsqueda desesperada. El hombre no lo encuentra nunca, y muere como todo un caballero, sin memoria.
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