lunes, 13 de julio de 2009

Un mal Olor

Por: Jesús Brilanti T.

Colgó tranquilamente el auricular del teléfono, secó, con un pequeño trozo de papel higiénico que encontró en su bolsillo, una lágrima que rodó por su mejilla; instantes después respiró profundo mientras murmuró: -¡Puta Madre….!- Se incorporó de manera súbita, sacudió su cabeza e hizo a un lado el montón de libros que el día anterior había dejado regados sobre el suelo; ya despejada el área se tendió sobre el piso, comenzó a contar, uno, dos, tres, cuatro hasta llegar a treinta lagartijas, sus muslos tensos, su cara roja, ardiendo, sus dientes rechinaban y hacían eco con el subir y el bajar de su masa corporal, llegó hasta cincuenta; sus brazos ya temblaban y se dejó caer sobre el piso respirando agitadamente. Pasaron unos cinco minutos, se puso de pie para posteriormente redimirse bajo la tibia caída del agua en la ducha, no había nada como un buen baño antes de irse a dormir, al salir encendió el televisor, ya no había más programación que los mismos pinches anuncios estúpidos que prometen bajar de peso en una semana; que estupidez, eso no era posible ni estando un mes de vacaciones en Uganda; encendió el reproductor de DVD, puso un concierto de Rush, se dirigió a la cocina, un vaso de leche fría y una rebanada de pastel de chocolate, el último trozo que había comprado el lunes en el centro comercial, ello sería suficiente hasta el día siguiente. Una hora y media después de cansarse de admirar los acordes musicales de los canadienses el sueño hizo presa de Jacobo; apagó los aparatos y se incrustó en su cama, hurgó entre sus sábanas estampadas con los Simpson y encontró el despertador, le indicó la hora y se dispuso a dormir. Eran las cuatro y media de la madrugada, lo despertaron los gritos de Gustavo, el vecino, había llegado hasta la madre por quinto día consecutivo, ahogándose de borracho y desgarrando las paredes, unos cuantos pasos más y Jacobo claramente escuchó como el briagadales aquel se recargó en la puerta de su apartamento. –No otra vez- pensó desde su cama, pero no había nada más que hacer, Gustavo eligió por vigésima ocasión la puerta de su vecino para guacarear toda una dosis de botanas acompañas por su olorosa porción de tequila. El pobre individuo no tuvo más que echarse las almohadas encima como tratando de alejar el escándalo aquel que seguramente ya había escuchado todo el edificio. Lo que siguió a continuación Jacobo ya lo sabía de memoria, la esposa del alcohólico salía a recibirlo en medio de una estruendosa sinfonía a base de mentadas de madre, trancazos y empujones. Unos veinte minutos después, todo regresaba al silencio total. Jacobo volvió a consumar el sueño, pero a la hora, su gato, el Micifuz, ya estaba arañándole la cara, ¡chingada madre! se le había olvidado dejarle la ventana abierta para que saliera a cagar… a coger ya no, hacía un par de meses que lo había llevado a esterilizar, después de haber preñado a todas las mininas del edificio, y sobre todo después de haberse follado a la gata de doña Eduviges la cual le armó santo desmadre al Jacobo, ni siquiera hizo tanto pedo cuando la Inés, su hija menor, se embarazó del chavo que surtía los garrafones del agua. Total, se levantó a abrir la ventana para que el felino fuera a defecar; regresó a su lecho y en un par de instantes roncaba otra vez.
El despertador sonó a las seis de la mañana, Jacobo se levantó y lo primero que hizo fue salir a limpiar la vomitada que el vecino le había dejado en la puerta tal arreglo navideño; limpió una y otra vez, una mancha verde amarillenta no quería desvanecerse, no podía ser, eso si enfadaba a Jacobo, sacó un cepillo y fregó muy fuerte sobre la mancha ahí justo fuera la puerta, pero esta se resistía a salir, pensó en usar cloro, entró al departamento y ahí a media sala, pisó una caca del Micifuz, seguramente el cabrón gato no alcanzó a salir a hacer su gracia y no encontrando otro lugar mejor se había cagado sobre la alfombra. El impacto fue el olor, ¡que desdicha!, para colmo la botella del cloro estaba vacía. Jacobo tomó su cartera y así con todo y sus boxer de rayas bajó corriendo a la tienda, se hacía tarde, Elizabeth estaba por llegar, no había tiempo de ponerse el pantalón, además, la tienda estaba ahí mismo, saliendo el edificio a mano izquierda. Don Julián le vendió la botella de cloro y agregó sonriendo: -se va resfriar joven, no le vaya a entrar un aire- Jacobo sonrió, pagó el líquido y se despidió, corriendo subió las escaleras, era tarde, muy tarde, limpió la mancha de vómito, restregando una y otra vez ésta salió; se apresuró a llegar a la sala, vació la botella sobre la porción de excremento gatuna, con el cepillo casi hizo una pasta la cual levantó con un pedazo de periódico y con mucho asco. ¿Qué diría Elizabeth si viera toda esta porquería? Pensó Jacobo, no quería que se sintiera incomoda, que se sintiera mal, que le incomodara estar ahí, no, claro que no, Eliz tenía que sentirse como en su casa. Rápido colocó todo el mal logrado “zombie” aquel en una bolsa de plástico, de esas que “regalan” en el walt mart cuando uno compra mercancía. De inmediato se metió al armario, sacó la camisa café, esa que tanto le gustaba a Eliz verle puesta, se puso su pantalón gris, el que ella le regaló el día de su cumpleaños, a penas la semana pasada; ¡qué bien se la habían pasado juntos los dos!, lo recordaba mientras se peinaba y llenaba de gel su cabello. Segundos después y el timbre sonaba, -¡en la madre!-, pensó Jacobo,- ya llegó y no me he lavado los dientes-; con aquello que uno despierta con aliento de dragón muerto hace una quincena, gritó: ¡Voy…, un minuto! Entró como bólido al baño, sacó la colgate, y en un dos por tres enjuagó su boca, no quería que Eliz, se sintiera mal ante el fétido aroma de su boca. El timbre sonó por cuarta ocasión, Jacobo se abalanzó sobre la puerta, abrió, y ahí estaba ella, Elizabeth, la princesa del cuento, una hada del bosque encantado, la ama y señora de sus sueños; Jacobo la invitó a pasar, pero ella se quedó ahí de pie; le dijo: -Jacobo, de verdad lo lamento, no sé para que vine; yo, como te dije anoche por teléfono, lo nuestro se acabó, terminó para siempre- él la miraba intensamente, como queriendo grabarla en su mente por siempre, no dijo nada, sólo sonrió, abrió su camisa, por debajo de ella sacó un enorme cuchillo, ella no tuvo tiempo de reaccionar, el arma primero entró en su estómago, después entró en su garganta, luego en su ojo izquierdo, Eliz cayó de rodillas, borbotones de sangre hacían una fiesta de gala en todas direcciones y en todo sentido, su blusa blanca rápidamente adquirió una cromaticidad tan roja como la rabia de Jacobo, ---¡Chingada madre, acababa de limpiar y ya se acabó el cloro otra vez!--- Pensó mientras encendía un cigarrillo, entró al departamento tomó la caja de whiskas, las colocó en un tazón y con toda la calma llamó al Micifuz gritándole: ¡Ven a desayunar, tú, cagón!

1 comentario:

  1. buena narracion, tiene ese algo que te hace no despegarte hasta que acabas de leer...

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