jueves, 13 de agosto de 2009

Leve llovizna,
de murmullo secreto,
como tu lunar

Por: Ledo Luna


Llueve y no para, mi espíritu de buscarte. En mi mente atrofiada recuerdo tu foto otoñal que besé hasta volverla irreconocible, tu ropa interior que abracé hasta deshacerla y toda tú: halo de luz en mi sótano sórdido.

¡Que delicia de gotas muriendo al caer!, tan inexorable su destino, tan callado.

Suave susurro maledicente, ¡detente!, mi vida la hice pedazos ¿y qué? Me abandoné y me abandonaste: el sol brilla aún y la luna es mi único baño, nada ha cambiado. Tú sigues sobreviviendo en un lugar que no conoces. ¿Qué interesa entonces? ¿Dialogar? Contesta primero: ¿alguna vez me quisiste?, ¿dónde dejaste mi cuerpo?, ¿cuándo le sacaste a mi alma el brillo?

Tal vez fue hoy en el desayuno cuando dijiste toma tu medicina, o en la noche de hotel en que engendramos un abismo al entredarnos al amor. La vida sin frutos quizá, o el limar tanto nuestras asperezas que corroídos descubrimos un tedio revolucionario. Pero no, admitámoslo, fue quererte demasiado y tu maldad, y tu aura de ángel.

No me creerás cuando regreses ayer, que vi tu rostro en la lluvia y las gotas hablaban calladas: glorificando su dicha, enalteciendo su valor. Que de entre todas las pupilas que me observaron fuiste la única que satisfecha sonrió y canturreo la vie en rose y más que ángel parecías ninfa. Te reirás con una carcajada que terminara por engullirme al asegurarte que regresé al tratamiento, sólo coincidiremos acerca del helicóptero rodeando la zona y su enorme faro buscando con temor de guerra a los caídos, a los anegados. Reiremos. Anárquicamente gritaremos al merodeador con enojo y superioridad: “¡Ingenuos, ¿¡no lo ven!? Buscan en el lugar equivocado. ¿Que saben todos de las construcciones que para protegerse asesinan?” Más dignas son aquellas diminutas almas aceptando su fatal destino, que nosotros siempre ávidos, cobardes, pérfidos y canallas!”

* * *

Amor, lo siento, te mentí: tiré las pastillas y no te amo, te necesito. Ven si puedes a verme en la mortaja o en el ataúd. Me haces falta. Llévame música y mi epitafio déjalo vacio, no hay palabra que merezca perdurar. Visítame. Háblame en la cena, y cuenta cómo te fue y pregúntame: ¿Qué tal tu día cielo? Bien, pasé por la florería y te traje una rosa, ponla en tu pelo, espínate y sangra, embellécete.

Ve a dormir, diré yo. Debo recoger los trastes. Así lo dirías volteando a verme mientras enjabonas mi taza. Se tiene que dormir aunque llueva, no importa que afuera en tan mansa lluvia se muera y yo mate con mi cuerpo desnudo. Que mas da si muerto ya estoy. Si el barco partió, si tú te me fuiste ¿o es que estas aquí?... Entonces abrázame y canta.

¡Dios abrumado de plegarias, escucha una! ¡Agua del cielo perdóname! Este cuerpo no es mío, ni mi mente, ni la foto descolorida donde anidan mis más absurdas esperanzas.

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