jueves, 13 de agosto de 2009

Sin título

Por: Francisco Jesahe Sarabia Morales

El movimiento brusco me despierta, todo a mi alrededor está en tinieblas, percibo cerca de mí a muchos más, sólo eso, porque no puedo verlos. Una sacudida repentina y acelerada me hace precipitarme, me volcó sobre los otros. El lugar en el que estamos se mueve con estrépito. Luego, todo queda quieto, el movimiento ha cedido, aunque sigo sin poder distinguir nada.

De repente, el lugar se abre en dos y sin que pueda agarrarme de algo caigo de gran altura, mi cuerpo choca contra el piso de madera; no me hago daño, es más ni siquiera siento el golpe. A mis oídos llegan los golpes de mis compañeros cayendo sobre la gran mesa, algunos gimen al impactarse, otros ruedan por la mesa y caen aún más. La luz cega mis ojos, poco a poco se acostumbran a la iluminación, estoy inclinado y en medio de un montón de trebejos blancos y negros. Ahora recuerdo todo, ¿cómo puede ser que cada vez que nos encierran en el estuche olvide qué soy? Veo a mis compañeros regados por la mesa, hace mucho que no nos sacaban, no recuerdo ni siquiera cuando fue la última vez que habíamos salido a pelear entre nosotros, sin embargo ¿qué hacemos afuera?

— ¡Qué bien que conseguiste algunas piezas! —oí decir a un chico.

— Sí, ahora podremos jugar. —volví a escuchar, pero ésta vez reconocí la voz de Matías. Sacaré el tablero.

Trato de ver a mi contorno, la gran mesa se extiende hacia los lados, veo a mis amigos. Logro vislumbrar a Matías regresar con un cuadro de madera en las manos.

— ¡Saca las otras piezas Jesús! —dice al llegar.

Dirijo mi mirada hacia el otro niño, pero sólo logro ver el rostro dubitativo de Bauer. Enseguida unos ruidos de cristal golpeándose llegan hasta mí, mientras unos dedos me toman entre sí y me colocan sobre un escaque negro. Distingo a mis oponentes, los dieciséis, majestuosos, completamente soberbios frente a mí y mis compañeros. En ese momento me doy cuenta de que nuestro ejército está incompleto: hacen falta soldados, una gran muralla de roca y la imponente dama que siempre me hacía compañía. Me da vergüenza admitirlo, pero tener a Regina a mi lado siempre me hizo sentir seguridad, porque ella era la más poderosa, la única reina del tablero. Muchas veces me pregunté por qué Matías la protegía tanto, por qué temía perderla y la cuidaba creyéndola inofensiva, cuando en realidad era ella quien encabezaba la ofensiva. Pero como en la vida, todo es problema en el ajedrez, a partir del inicio hasta el jaque mate.

Desde el tablero, ya apreciaba todo, a Matías, a Jesús, su amigo y oponente, el estuche, a todos los trebejos, poniendo especial atención a los blancos. Sin reina que obstruyera el paso, observé a Bobby, la sabiduría presente, tal vez considerado la pieza menos útil, pero por quién pelamos para ganar este juego; a Howard, la nobleza e inteligencia de la flexibilidad animal, el único capaz de pasar por encima de nosotros, un fiel caballero que constituye el arma secreta del ajedrez; a Roc, fortaleza a mi lado; y frente a todos nosotros Bauer, Silas, Pesec y Cirros, los soldados, los héroes y tristemente el sacrificio para la cohesión del reino. Es cierto, no estamos completos, pero creo que de eso ya se preocupa nuestro jefe. En sus manos observa maravillado unas nuevas piezas de vidrio que poco a poco coloca en los espacios disponibles, a mi lado se posa una nueva reina, Alferza, según me ha dicho, y al lado de Goniec, el otro alfil, ha llegado una nueva torre. La observo embelesado, jamás había visto pieza igual, el vidrio que la compone la hace resaltar de todas las demás, sus curvas brillan frente a mí y la decisión en su mirada me deja anonadado. Es toda una luchadora, lo dicen sus ojos, no está dispuesta a perder.

No puedo alejar mi vista de ella, estoy deslumbrado, tanto, que ni siquiera me percato que el juego ha iniciado y Silas se adelanta dos casillas. Dejo de verla y trato de concentrarme en el juego, todos esperamos expectantes el movimiento del adversario. Silas se ve amenazado pero no se intimida, siempre tan valiente al igual que todos los peones, sin poder retroceder al menor indicio de temor. El juego avanza rápidamente y la destreza de Matías se sitúa muy por arriba de la de Jesús, quien ha tenido bajas numéricas. Alferza hace muestra de su prodigiosa habilidad para mandar sobre el tablero y a su paso va arrasando con los trebejos negros.

No puedo concentrarme del todo, desde que iniciamos no me he movido de mi sitio, quiero hablar con aquella torre, saber su nombre, impresionarla con mis jugadas; pero sigue tan distante de mí, al otro lado del tablero. Quisiera que se acercara más. Matías parece adivinar mis pensamientos, ya que con voz calmada y pausada anuncia un enroque. Bobby se aleja cuatro escaques y la fortaleza deslumbrante se acerca a mí. Voltea su rostro hacia mí y me sonríe, despega sus labios y la oigo decir con una dulce voz:

— Hola, mi nombre es Toly

— Que lindo nombre —contesto tartamudeando. —Yo soy Laufer.

—Mucho gusto, Laufer—contesta girando hacia al frente, no podemos darnos el lujo de distraernos.

Mi corazón late fuertemente, bueno, latería si lo tuviera. Al tenerla cerca de mí, me siento invencible, me desplazo diagonalmente, atravesando todo el tablero, aprovechando el descuido del caballo que ha dejado indefensa a su compañera, la torre oscura. He logrado vencerla, pero ahora estoy en territorio enemigo, muy desprotegido, espero que mi valentía no haya sido una estupidez. Trato de salir pero el paso ha sido bloqueado, Alferza lo nota y hace lo posible por ayudarme a salir.

El juego entra en suspenso, cuando ella misma se ve amenazada, todas las piezas tratan de agilizarse para no perder nuestra reina. Toly tiene que dejar de custodiar al rey para ayudarla, se sitúa al lado de Howard y lo respalda en sus movimientos, parece que hacen un dúo increíble. El sudor corre por la cara de Matías al creer en aprietos a su pieza favorita, es un gran jugador y él sabrá salvarla. Pero no cuenta con la jugada maestra de Jesús, quien mueve el caballo haciendo peligrar a la reina y a mí al mismo tiempo. El siguiente movimiento es inminente, es mejor perder un alfil a perder la reina, me siento devastado por tener que salir tan aprisa del juego, más aún porque fui quien empeoró todo. Alferza se desplaza lejos del alcance del caballo, así que éste no tiene otra opción, me traslada fuera del tablero y ocupa el escaque en el que yo estaba.

Observo impotente a mis compañeros, quienes siguen en batalla, no les he ayudado en nada, pero eso no es lo que me deprime, sino que ya no podré estar junto de Toly, ayudarnos mutuamente a ganar. Pero el juego debe continuar y Matías con renovado ímpetu logra dar una baja impresionante al ejército contendiente. Alferza logra poner en jaque varias veces al rey; y los peones, apoyando su pequeño avance con bien distribuidas fuerzas, tratan de llegar a los últimos cuarteles. Nadie advierte su paso, los subestiman, porque su caminar es lento, pero constante.

Mis ojos se sorprenden cuando Bauer se aproxima a los escaques finales del tablero, sin que la hueste enemiga pueda hacer algo. Parece que el juego está en su etapa final, cuando regreso al tablero. Son pocos los trebejos que hay ya en el juego, yo diría que menos de la mitad, pero todo puede cambiar, cualquier jugada puede constituir el triunfo o el camino al fracaso.

Admiro de nuevo a mi torre, está muy cerca de Howard, siempre respaldando sus jugadas, viéndolo con admiración. No puede ser posible, tal vez lo prefiere a él porque ha sido constante, prudente en su proceder y no como yo. De nuevo, no puedo concentrarme, cómo puede preferirlo, ella y yo juntos somos invencibles, ella y yo juntos somos la reina, inclusive nuestros valores son más que los de Alferza juntos. En cambio, prefiere al caballero, al mal muchacho, al arma secreta del ajedrez, capaz de pasar por encima de todos. No dejo de observarla, sólo cuando Bobby, nuestro rey, es puesto en jaque y Alferza tiene que sacrificarse es cuando mis ojos regresan al tablero, hemos perdido a nuestra mejor guerrera, es un golpe duro para nuestra armada. Tenemos que ganar a como dé lugar.

Aquella torre, causa de mi desdicha, logra quitar del juego a otros soldados del campo de batalla, siempre en compañía de Howard. Ambos logran acorralar al rey negro en una esquina, puedo ver mi triunfo en la siguiente jugada, amargamente, mientras los veo a ellos dos juntos y todas las piezas blancas me observan sonriendo, me deslizo por el tablero para darle jaque al rey. Me detento y escucho la voz de Matías decir con una gran satisfacción:

— ¡Jaque Mate!

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