martes, 15 de junio de 2010

Hoja en blanco, con manchas de dolor

Jesús Brilanti T.

Tomé esta hoja en blanco para escribirte aunque en realidad no sé de qué pudiese servir; porque no me quita todo este dolor que llevo a cuestas, no redime cada suspiro que duele y me envenena toda esta sensación que he llevado dentro de mi sentir desde un par de años atrás, ni minimiza el ensanchamiento de esta cavidad, bien llamada herida, cual no para de sangrar. No me ayuda, escribirte, a encontrar la tranquilidad, sin embargo requiero hacerlo por total necesidad.

Me incorporé, sangrando de la cama y he llegado hasta el restirador para escribirte, y decirte que esto lo ocurrido es a causa de mi enfermedad, lo lamento e imploro no juzgues nada hasta haber terminado de leer esto que te escribo con mis manos, con mi duelo, con mi llanto y claro, ya lo sabes, con el brutal sustento que ha causado tu presencia en mi vida. Sólo tu sabes todo lo que trajiste a este mi mundo, y aun no entiendo porque te empeñaste tanto de extraerme de aquel calabozo en donde me encontraste desnudo con hambre, sed y frío; no lo entiendo aún mujer, y creo que jamás lo haré, pero no puedo olvidar que me arropaste, me alimentaste y de tu boca yo pude beber. Intenté regresar a la oscuridad pero tú me perseguiste, me abrasaste y me perdiste en un intenso sueño tan solo para volverme a despertar al día siguiente y practicarme esta transfusión de vida.

¡Qué calamidad! Un mal día ya no me despertaste, tuve que seguir durmiendo hasta sentir que tu presencia ya no estaba, solo estaba yo, ahora justo a la mitad de una aberrante pesadilla. No quise despertar, simplemente no quería para no admirar que te habías marchado, que habías partido, preferí permanecer adentro de aquel mal sueño que se recrudecía con el segundo que se agregaba al implacable reloj de arena cual parecía caer sobre mi ser. Cuando no pude más abrí los ojos y ya no me pude mover, sólo pretendía morirme, así nada más, morir de angustia por que me habías mutilado el alma y la llevaste contigo, muy lejos de mí. Permanecí de tal modo, intentando morir de inanición, de hipotermia y de una aniquilante infección producida por donde tus manos entraron a mi pecho, desgarrando mi piel, mis tejidos y mis huesos hasta encontrar a mi gris alma, la extrajiste, pero al momento de intentar sacarla se atoró, se rompió y una fracción se quedó adentro quebrada, astillada, ultrajada y a pesar de todo ello no era lo que en realidad me dolía, lo que me ardía era haber recordado que mientras dormía te marchaste silente con la mitad de mi alma y la totalidad de mi vida.

No te voy a interrogar, ni te pienso reprochar, sólo quiero que sepas que quizás fue mi culpa, esta mi maldita enfermedad llamada amor fue la que acarreó esta mi desgracia, y este mi lamento por no poderte mirar de cerca una vez más. Pero es lo mejor, ahora en estas circunstancias no puedes verme, o mejor dicho, no quiero que veas como sangro, como a penas y respiro, no quiero que admires como mis lágrimas se conjugan con mi saliva en este irremediable llanto del que desde que te fuiste no he podio escapar.

Postrado en esta cama desde ese día en el que te marchaste, he permanecido sin dormir, lleno de miedo, de zozobra cada que entra un cuervo y se ha llevado un trozo de mi pierna, de mi pecho o de mi rostro; he perdurado en este tormento sin haberme alimentado, tanto así que ya mis huesos se aprecian como un buen obsequio envuelto en una agrietada bolsa de piel; creo estar muerto puesto que las moscas entran y salen de mi vientre o quizás sea el simple hecho que he perdido la razón, pero a final de cuentas no mayor locura que aquella con la que te amé, con la que mi vida te entregué. Lo peor viene arrastrándose silente en medio de un estruendoso rumor cual llega a mi oído y me revela que aún te amo.

Estoy salvajemente herido, no he parado de sangrar, pero por fin hoy me levanto de esa cama, volteo a mirarla totalmente ensangrentada y cual esponja absorbe cada gota como también cada suspiro que arrojé, y hoy te escribo esta carta pues sé que algún día la habrás de leer, yo me despido resignado a contemplar este sitio donde yo mismo me he sepultado, estando dispuesto a sangrar por la eternidad, ahora comprendo donde estoy y por qué la humedad de este recinto: es una fosa y por doquier aprecio cadáveres que como a mí les duele esta demencial ausencia.

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