Cómo pelear por una causa justa, si incluso la vida es injusta
Héctor Hernández Alfaro
Hola abuelo, ¿cómo estas? –Pregunta el niño con una voz inocente, mientras entra en la habitación plagada de fotos medallas, recuerdos de su querido abuelo. Sin darle tiempo de responder, el niño adelanta –
He venido para que termines la historia que me contabas el domingo pasado. Aquella de cuando tus padres salieron del sur, para darte una mejor vida, ¡ah! y también, del por qué te hiciste soldado, para ir a la gran guerra.
Claro que si, recuérdame en qué nos quedamos –Dice el abuelo con una voz firme pero cálida, mientras el niño se acomodaba a sus pies–
Me estabas contando, que tus padres te trajeron a este país en busca de una vida mejor y de por qué te uniste al ejército –Dice el niño mientras observa a su alrededor, admirando todas las medallas de su abuelo. Pero detiene su mirada en una en especial, la cual resaltaba de las demás, por estar en un marco brillante, era una estrella dorada con una imponente águila vigilándola–
Oh si, ahora recuerdo, tenia unos diecinueve años cuando comencé a escuchar por primera vez las historias acerca de un hombre de corazón obscuro que gobernaba en Alemania. Ese hombre era tan cruel que obligaba a los judíos, a portar un distintivo para diferenciarlos de los demás –Dice mientras la mirada del niño regresa a él, aun con admiración causada por aquella imponente medalla–
¿Eso es malo? –Pregunta con incredulidad, mientras observa a su abuelo a los ojos exigiendo una respuesta–
Por supuesto que si, eso es racismo –Replica el abuelo con indignación por no entender la razón de la pregunta– Pero no paró ahí, los comenzó a encerrar en prisiones que llamaba getos, así los mantenía aislados del resto de la gente, los hacia trabajar como esclavos y los mataba cuando ya no le servían –con cada palabra el niño se iba metiendo mas y mas en la historia–
Y tú fuiste a salvarlos, ¿verdad abuelo? –Dice con orgullo mientras el abuelo toma una posición más cómoda en su sofá–
Por supuesto, fuimos allá para liberarlos de aquel tirano –Comenta el abuelo lleno de satisfacción por tan honorable labor–
¿Ves aquella medalla? –Refiriéndose precisamente a la que robó la atención de el niño instantes atrás–
¿Como la ganaste? –Pregunta mientras el abuelo se levanta para traer la medalla y mostrársela–
La recibí por haber rescatado, junto con mi escuadrón, a un grupo de personas en un geto. La mitad de mis compañeros murieron para lograrlo –El niño lo observa atónito tras la impresionante declaración. El abuelo regresa a su sofá, mientras contempla su medalla con los ojos llenos de nostalgia, recordando a sus amigos caídos en aquel glorioso día. Hace una pequeña pausa por la congoja causada por el recuerdo y continua diciendo: –
Eran los primeros días del mes de mayo de 1945 cuando comenzó la batalla, la cual fue la ultima que peleamos –El niño contempla a su abuelo, mientras este no escatimaba en detalles de aquel crudo combate. Contó la historia, mientras, el niño no deseaba interrumpirlo, incluso bajó la respiración para que no le hiciera perder detalle de lo que estaba escuchando. Algo se le gravó al niño en la mente, fue una parte de la historia que trataba de cómo su abuelo y un compañero impidieron que los alemanes mataran a un pequeño niño judío mientras corría para salvarse. El niño en creo una imagen fiel de aquel pequeño judío, basado en la descripción dada por su abuelo. Imaginó a aquel judío con su traje a rayas y su estrella de David en el brazo, corriendo con todas las fuerzas que aun conservaba. Esa imagen se quedaría gravada en la mente del niño como un reflejo de las consecuencias de la intolerancia racial–
–El abuelo terminó su historia y se levantó súbitamente del sofá, por el ímpetu traído a su persona al recordar el pasado. Una persona entra en la habitación rompiendo todo el ambiente causado por la historia, era el padre del niño–
Vamos, es tarde, tenemos que regresar a casa –Dice dirigiéndose al niño aun sentado en el suelo esperando la continuación–
Me voy abuelo, regresaré el próximo domingo a que me cuentes otra de tus historias –Replica el niño con enfado por no poder seguir escuchando las historias de su abuelo. Se levanta y acude al llamado de su padre y emprenden su regreso a casa–
–Camino a casa le comenta a su padre, sus deseos de ser como su abuelo cuando sea grande. A los pocos días de aquel interesante encuentro el abuelo fallese a causa de su edad avanzada (o quizá por la nostalgia causada por recordar a todos sus amigos que perecieron en la guerra). El último recuerdo que conserva el niño es la medalla de su abuelo y la historia que la acompaña–
–Años después el niño crese para formarse como policía. Aun conserva la medalla, la cual siempre lleva consigo para recordar a su honorable abuelo y enaltecerlo cada día–
–Un día como cualquier otro, sale a trabajar patrullando las calles llevando consigo la medalla. Unas calles adelante detiene a un hombre para exigirle sus documentos que lo acrediten como ciudadano. El hombre muestra sus documentos y al hacerlo, con aires de sarcasmo en sus palabras, añade: –
-Tendré que ponérmelo en el brazo para no volver a ser detenido por esto-
Seria lo mejor –contesta el policía– Así nos ahorraría trabajo –con un tono de burla y desprecio–
Eso es racismo –contesta el hombre ya un tanto molesto por la actitud de aquel arrogante policía, y sigue su camino–
–Tras este comentario, el policía saca la medalla de su abuelo que llevaba en su bolsillo y recuerda la ultima historia contada por su abuelo. Ve al hombre alegarse de el. Súbitamente, la imagen del niño que se alejaba de los alemanes, con su uniforme de rayas y su estrella de David en el brazo regresa a su mente, llevándolo a derramar una lagrima sobre aquella medalla tan honorablemente lograda–
Muy buena Hiatoria aunque faltaria la descripción de unmomento en el cual los judios se estan apoderando del mundo y lo que les hace a los palestinos.
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