Por: T. Gualterio
Más allá de lo tapiado, los ruidos eran de una virtud continua y pasmosa, de regularidad acorde a los eventos. En el concierto exterior lejanas tonadas, voces estertóreas eran apagadas; luego volvían cíclicamente. Nada. De pronto oyó un golpe como de manivela, seco. Al abrir la hoja de la persiana vio desliarse una mirada cual maquinaria de escaneo. Pasaba simplemente. No pudo advertir ni trasladar nada …poner nombre a esa mirada sería algo.
Afuera una sucesión de puestas; un auto frena, muestra sus muchachas rientes reacomodándose la falda al bajar, parecen gemelas, altas, casi hercúleas. Avanzan como si no hubieran visto el auto en que venían; como si ni en su vida hubieran estado en cosas del pasado. Desaparecieron sin volver la vista atrás. El resto de sus ocupantes yacen arracimados. Quién sabe cuando y a qué hora habrán venido a la ciudad. ¿Cuándo se originaría ese espasmo de gozo? La chica de la ventanilla no para de reír por cuanto le halló al deleite del viaje; eso es evidente. Cierra la
Persiana. Escucha el arrancar del auto y él sigue en su aislamiento. Pone mayor atención a músicas cercanas para evadirse.
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