miércoles, 17 de febrero de 2010

Una mirada silente para un cadáver que respira

Por: Jesús Brilanti T.

La muerte llegó este día viernes dieciséis de noviembre; justo en el instante en el que me levanté por la mañana, supe que ya estaba muerto. El frío que cortaba mi rostro, acompañaba rebosante y pausadamente al hambre cual apuñalaba mi alma.

Es curioso pensar que también un día viernes regresé a la vida con tanto júbilo, pero basta con darle vuelta a la hoja para poder admirar mi propio cadáver. Miro mis pies como posan por encima de mi espíritu una vez más.

Esta pasión inequívoca por lo que no poseo me ha asesinado; sin embargo adoptaré el papel de Lázaro al día siguiente, y pasado mañana también. A veces es tan asqueroso sonreír y contener el llanto a la vez, pero pudiese ser tan sólo el resultado de mi pasado. De cualquier manera hoy, en ésta gélida noche, estoy muerto, o tal vez, más que eso.

El día desde muy temprano se obsesionó por vestirse de gris, y mi alma le imitó por alguna vulgar y quimérica razón, lo que me orilló a mirarle de frente a los ojos y decirle que ahí estaba yo, yo con toda mi demencia, con toda mi desnudez, con mi rabia, mi pasión, mi impotencia, mi anhelo, mi deseo, mi sorpresa, mi amor, mi desesperación; pero a ella no le importó, ella ahí, tan serena, tan entera; mientras ella sólo veía como me transfiguraba yo en trizas, en porciones de un cadáver cual murió veintinueve años atrás y jamás resucitó, pese a todo continué yo ahí de pie encajando mis uñas en la piel de mi brazo derecho. Un suéter rojo, unas manos estrechadas, mientras andaban y fumaban; dentro de mi pecho el colapso e inesperadamente la muerte colérica violentaba todo mi ser, la muerte en mí y yo en la muerte, la danza fortuita cual jamás esperas practicar, sin embargo es justo el instante donde el frío, el veneno, la rabia la asfixia, el asco y un triste profundo terror te adormecen el alma.

Estoy muerto, tanto que el frío ya es parte de mí. Me asesinaron, me asfixiaron, estas lágrimas que se quedaron atrapadas justo entre garganta y alma, no pudieron, no quisieron salir, esta ocasión optaron por no hacer acto de presencia, sería porque mi esencia perdió cromaticidad y adquirió luto por la sangre que no fluye ya.

Lamento estar respirando, caso extraño y radical para un muerto, pero a veces ya nada posee una explicación lógica en este recinto.

Estoy muerto y ya nada va a cambiar.

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