Por: Adrián Pérez Valerio
¡Maldito el tiempo! ¡Maldito el cuerpo y todas sus limitaciones! Lector, cuán grácil sería flotar en el aire o encima de cualquier vientecillo fresco. Volar como un Papantlo, como Ícaro o empaparse de cualquier rocío. Pero como diría un buen amigo mío: “Ya estamos aquí”, aunque muchos o quieren no estar, ya no están -en todas sus modalidades-, o están. Estamos. Pero dígame, mejor, imagine la inmensidad de profesiones, oficios, actividades nunca conocidas y practicadas y de hecho evocadas con carta de renuncia. Porque, coincidamos en algo amigo lector, elegir es renunciar. Y lamentablemente recogemos el fruto ya cuando está en el suelo: viejo.
El sistema nacional de orientación vocacional tiene algunas fallas. Los estudiantes poco pueden conocer de su vocación con una serie de exámenes ridículos, o en el mejor de los casos una entrevista por una persona altamente preparada, que mientras le cuentas tus sueños, porvenires, anhelos y en fin, tu savia más bruta; piensa: “¿Otro pintor? ¿Otro artista?” y a la vez que lima sus uñas (pues casi siempre son mujeres, algo bonitas eso sí). Otra parte de su pensamiento está orquestando la cena y el vino para ella y su acompañante. Basura. Que me corrijan los que saben, pero el cambio de carrera y sobretodo el desertismo ya no es plática de corredor sino de licor importado y mesas elegantes.
El desertismo de entrada maneja una paradoja curiosa, o mejor dicho, un círculo vicioso al cuál nuestros representantes no han encontrado la cuadratura. El verdadero progreso, estabilidad, felicidad, y, que podamos elevar nuestra categoría de tercermundistas -por decir algo- está en la educación.
Pero ésta desde sus bases, es decir, desde la elección de profesión y especialización es muy endeble. Además, y llegando al meollo: los alumnos se van, abandonan la educación y el país necesita de ellos. Sin hacer nada para retenerlos.
No obstante, es necesario considerar que la vida obliga y fuerza nuestra visión al régimen hambriento. Los alumnos abandonan las aulas, las cunas del conocimiento y forman ahora oficiosos trabajadores rectos en su camino al matrimonio: núcleo productivo básico.
La cuestión, querido lector, por tan mal que parezca, no lo es tanto. Pienso, la verdadera vocación se encuentra sola. Y es tan tímida que requiere recato y soledad para toparla por nuestra cuenta. Ensayando. ¿Qué se equivoca? Bien por usted. Lo hacemos todos. Pruebe, transforme su ocio en algo enriquecedor, válgase de la naturaleza, los viajes o su fecunda imaginación. Tanteé por aquí, por allá, huela. Lea. Esa es la única forma, creo yo, para lograr canalizar nuestra energía hermetizada en alguna actividad -bajo estos preceptos- forzosamente lúdica, forzosamente eficaz y naturalmente productiva. La universidad -que me lleven al cuarto 101 si miento-, es una guía. Viene a mi mente una novela (que de momento no recuerdo el nombre), donde el personaje principal entra a una biblioteca mirándolo todo, y cuando una señorita se le acerca -como bastantes indeseables de esas tiendas- le pregunta si se le ofrece algo. Él contesta: “necesito el libro de todos los libros”, a lo cuál, de manera inaudita, la trabajadora entrega un libro de bibliografía sostén de la cultura. Similar es la situación con las universidades, suelen parecerse -ahora- a un directorio bastante asequible, esto debido al progreso de las telecomunicaciones. La red. No, no todo es tan malo. Charles Babbage: Inventiva de gran quilataje: Steve Jobs, Bill Gates, Linus Torvald, World Wide Web. Lawrence Lessig. Creative Commons, David Bravo. Licencias no licenciosas. Cultura Libre.
Bien amigo lector, vaya por su directorio y si encuentra su vocación: ¡bienaventurado sea!
"La educación es algo admirable, sin embargo, es bueno recordar, que nada que valga la pena se puede enseñar".
Oscar Wilde
Oscar Wilde
¡Maldito el tiempo! ¡Maldito el cuerpo y todas sus limitaciones! Lector, cuán grácil sería flotar en el aire o encima de cualquier vientecillo fresco. Volar como un Papantlo, como Ícaro o empaparse de cualquier rocío. Pero como diría un buen amigo mío: “Ya estamos aquí”, aunque muchos o quieren no estar, ya no están -en todas sus modalidades-, o están. Estamos. Pero dígame, mejor, imagine la inmensidad de profesiones, oficios, actividades nunca conocidas y practicadas y de hecho evocadas con carta de renuncia. Porque, coincidamos en algo amigo lector, elegir es renunciar. Y lamentablemente recogemos el fruto ya cuando está en el suelo: viejo.
El sistema nacional de orientación vocacional tiene algunas fallas. Los estudiantes poco pueden conocer de su vocación con una serie de exámenes ridículos, o en el mejor de los casos una entrevista por una persona altamente preparada, que mientras le cuentas tus sueños, porvenires, anhelos y en fin, tu savia más bruta; piensa: “¿Otro pintor? ¿Otro artista?” y a la vez que lima sus uñas (pues casi siempre son mujeres, algo bonitas eso sí). Otra parte de su pensamiento está orquestando la cena y el vino para ella y su acompañante. Basura. Que me corrijan los que saben, pero el cambio de carrera y sobretodo el desertismo ya no es plática de corredor sino de licor importado y mesas elegantes.
El desertismo de entrada maneja una paradoja curiosa, o mejor dicho, un círculo vicioso al cuál nuestros representantes no han encontrado la cuadratura. El verdadero progreso, estabilidad, felicidad, y, que podamos elevar nuestra categoría de tercermundistas -por decir algo- está en la educación.
Pero ésta desde sus bases, es decir, desde la elección de profesión y especialización es muy endeble. Además, y llegando al meollo: los alumnos se van, abandonan la educación y el país necesita de ellos. Sin hacer nada para retenerlos.
No obstante, es necesario considerar que la vida obliga y fuerza nuestra visión al régimen hambriento. Los alumnos abandonan las aulas, las cunas del conocimiento y forman ahora oficiosos trabajadores rectos en su camino al matrimonio: núcleo productivo básico.
La cuestión, querido lector, por tan mal que parezca, no lo es tanto. Pienso, la verdadera vocación se encuentra sola. Y es tan tímida que requiere recato y soledad para toparla por nuestra cuenta. Ensayando. ¿Qué se equivoca? Bien por usted. Lo hacemos todos. Pruebe, transforme su ocio en algo enriquecedor, válgase de la naturaleza, los viajes o su fecunda imaginación. Tanteé por aquí, por allá, huela. Lea. Esa es la única forma, creo yo, para lograr canalizar nuestra energía hermetizada en alguna actividad -bajo estos preceptos- forzosamente lúdica, forzosamente eficaz y naturalmente productiva. La universidad -que me lleven al cuarto 101 si miento-, es una guía. Viene a mi mente una novela (que de momento no recuerdo el nombre), donde el personaje principal entra a una biblioteca mirándolo todo, y cuando una señorita se le acerca -como bastantes indeseables de esas tiendas- le pregunta si se le ofrece algo. Él contesta: “necesito el libro de todos los libros”, a lo cuál, de manera inaudita, la trabajadora entrega un libro de bibliografía sostén de la cultura. Similar es la situación con las universidades, suelen parecerse -ahora- a un directorio bastante asequible, esto debido al progreso de las telecomunicaciones. La red. No, no todo es tan malo. Charles Babbage: Inventiva de gran quilataje: Steve Jobs, Bill Gates, Linus Torvald, World Wide Web. Lawrence Lessig. Creative Commons, David Bravo. Licencias no licenciosas. Cultura Libre.
Bien amigo lector, vaya por su directorio y si encuentra su vocación: ¡bienaventurado sea!
No hay comentarios:
Publicar un comentario